CULEBRILLA

Entre las enfermedades  padecidas por lagente de campo en la República Argentina, la culebrilla era quizás una de las más temidas.

La “culebrilla”, una infección bacteria, más conocida en el mundo médico como “herpes zoster”, es una sepa muy agresiva de la varicela y en muchos casos, las personas que la padecen, son mayores de edad y posiblemente no tuvieron la varicela cuando fueron niños.

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Se trata de la inflamación de un cordón nervioso, que se manifiesta exteriormente por un sarpullido cutáneo o “herpe” de color rojizo, que se inicia, por lo general, en la espalda, donde nacen varios pares nerviosos y avanza, lenta y progresivamente, hacia el pecho o el abdomen, siguiendo el recorrido anatómico del cordón nervioso afectado.

Falsas creencias populares y el empirismo de los «curanderos”, crearon la leyenda de que, como la cadena de ronchas que caracteriza a este mal, unidas entre si y con borden ondulantes, semejaba el cuerpo de una culebra, imputaron a este ofidio la virtud del contagio y el carácter maléfico del mal. La llamaron “culebrilla”, afirmando que la misma se presentaba cuando alguien dejaba su ropa tendida sobre el pasto, permitiendo que sobre la misma pasara una culebra, dejando su ponzoña para que enfermara al descuidado.

Pero lo peor del caso era el carácter que se le asignaba a esta infección: se decía que si el nervio inflamado llegaba a juntar sus dos extremos (la cabeza y la cola de la culebra),  antes de haberse curado, el enfermo moría irremediablemente.

Y era ahí, cuando  comenzaba a hacerse presente el curandero; recomendaba la aplicación de un sapo, cuya fría panza  debía ponerse alternadamente sobre ambos extremos del cordón inflamado o bien usaban conjuros  y pases mágicos y exorcismos del más variado género y hasta ciertos nudos “mágicos” hechos con hilo o lana de colores.

Y aunque parecía milagro, el enfermo sanaba. Aunque no era el sapo, enemigo mortal de los ofidios, el responsable de esa sanación; ni los conjuros, ni siquiera la magia de los nudos: era que la enfermedad había cumplido su ciclo y simplemente desaparecía, vencida por su propia naturaleza (ver La medicina argentina a comienzos del siglo XX).

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