ARRIAS DE MULAS (1780)

Arrias de mulas es un término aplicado a las caravanas de mulas utilizadas para el transporte de mercancías y provisiones durante el período colonial.

Así es como se llama también (aunque menos correctamente) a las manadas trasladadas desde los criaderos a los distantes mercados, ambas actividades especialmente importantes en el último período colonial del Río de la Plata.

Las arrias de mulas constituyeron el principal medio de transporte entre el Río de la Plata, el Alto Perú y el Perú: en su mayor parte utilizadas para el transporte de mercurio para la zona minera de procesamiento de la plata –por ejemplo, en 1780, el asentista general utilizó mil cuatrocientas mulas de la zona jujeña para conducir trescientos cincuenta cajones de mercurio al área minera del Potosí.

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Finalmente, todas las mulas de Salta fueron asignadas, por orden del virrey, al traslado de mercurio. Según CONCOLORCORVO, una caravana de mulas podía realizar no más de un trayecto de doscientas leguas anualmente, teniendo en cuenta un período de descanso de por lo menos treinta días en el lugar de destino, antes de emprender el regreso.

Se decía que los arrieros de la costa podían emplear sus mulas un máximo de dos a cuatro veces, en contraste con las mulas de montaña, por su costumbre de hacerlas pastar cada noche en campos de alfalfa y alimentarlas con mazorcas de maíz llevadas a tal efecto.

Las recuas de mulas proporcionaban una importante fuente de ingresos, siendo cada mula tasada anualmente entre dos y cuatro reales.

Cuando el virrey AVILÉS Y FIERRO asignó el dinero así recaudado al programa de empedrado de Buenos Aires, la suma se elevó a cinco mil cuatrocientos sesenta y ocho pesos en un año; la práctica de tasar recuas de mulas continuó durante el período nacional; Santa Fe, por ejemplo, exigía el pago de un impuesto por el transporte de mulas para entrar a la provincia (1858).

La creciente demanda de mulas en el Perú originó el traslado de grandes cantidades de ellas a lo largo de cientos de kilómetros hacia los mercados desde las estancias argentinas. A estas manadas se les llamaba (menos apropiadamente) arrias. De acuerdo con CONCOLORCORVO, cincuenta mil mulas de Salta y Tucumán entraron a los mercados del Perú en diez años. La cría de mulas para los mercados peruanos llegó incluso a ser una empresa muy rentable a lo largo de la costa del litoral.

El fraile franciscano JOSÉ PEDRO PARRAS, cuenta de su encuentro con una recua de mulas de las estancias de Buenos Aires a la altura del río Carcarañá (donde se une con el Paraná), consistente en tres mil mulas de dos años de edad que costaban dos pesos y medio cada una y comentaba sobre el gran número de hábiles arrieros que se requerían para mantener la manada constantemente en una formación semicircular para prevenir su pérdida.

FRANCISCO ANTONIO CANDIOTI hizo una fortuna con este tráfico; comenzando con una manada de mil mulas, que partió de Santa Fe en mayo de 1764 bajo el cuidado de veinte expertísimos mulateros.

Completó exitosamente su decimoséptimo acarreo en 1780, habiendo trasportado de seis mil a ocho mil mulas anualmente al Perú, a pesar del constante peligro ocasionado por los ataques indios, la gran habilidad requerida para manejar tantos animales y mantenerlos en buena condición, sin mencionar la necesidad de reclutar suficientes mulateros que tuvieran tanto la necesaria capacidad como el vigor para soportar los rigores del largo y arduo viaje. Usualmente estos rigores se fueron mitigando al viajar de noche y dormir durante el calor del día (ver Los oficios del gaucho).

Completando el informe de fray PEDRO PARRAS, incluimos un comentario que hiciera al respecto de este tema en 1751:

“…. Para conducirlas, es necesario mucha peonada que las lleven o arreen en un medio círculo, porque, si por algún acontecimiento se disparan y la tropa se divide, perdiéndose todas o las más, porque en estas vastísimas campañas hay muchos millares de yeguas y caballos cimarrones alzados y sin dueño y una vez que se juntan con estas dispersas, ya no hay forma de rodearlas para separarlas, porque sus nuevos compañeros son  ganado que atropella a quien se le pone por delante, haciendo difícil el aparte o enlazarlas.

Este es el mayor peligro que corren los mercaderes y muchos pierden sus fortunas por tales circunstancias. Son animales muy asustadizos ya que de nada se espantan, obligando a que la peonada marche con mucha atención y celo.

A nuestra vista, este día se disparó y desparramó esa tropa de tres mil mulas y quedó dividida en más de veinte partes, pero los conductores tuvieron la fortuna de que eran las diez de la mañana y ocupándose todos hasta que se puso el sol, lograron reunirlas nuevamente para continuar la marcha.

«Esta conducción de tropas tan numerosas, causa mucha admiración,  cuando se refiere de ella en España, donde les es imposible ejecutarla por las características de su campaña» (fray Pedro Parras).

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