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LA INDUSTRIA ARGENTINA. SUS ORÍGENES (1603/1914)
El primer antecedente de la industria argentina, podemos fijarlo en el año 1603, cuando se realiza la primera exportación de carnes (cecina) desde el puerto de Buenos Aires hacia Brasil, Guinea y puertos aledaños (1).
A partir de ese acontecimiento, será posible disponer de un desarrollo cronológico de esta actividad, casi exclusivamente basado en la industria cárnica, hasta que en 1891, la industria textil produce los primeros productos que llevarán la etiqueta “Industria Argentina”.
1655: Concluye el comercio de carne. El producto «carne» carece de todo valor en estas tierras y sólo sirve para alimentar aves de rapiña o perros cimarrones.
1771: Un particular le propone al rey de España, la formación de una compañía encargada del comercio de carnes saladas entre Buenos Aires y ese reino.
1776: El Cabildo de Buenos Aires se reúne para tratar las posibilidades de la industria del salado y a tal efecto, le pide opinión a los hacendados y comerciantes. Éstos le expresan sus dudas de que sea una buena idea, considerando los riesgos que ofrece esa empresa y las dificultades que para la compra de sal a bajo precio que se presenta-rían, veredicto que paralizó el intento.
1778: El virrey VÉRTIZ envía una verdadera expedición militar a Salinas Grandes a fin de reemplazar la sal carísima que venía desde Cádiz. El virrey Loreto estimula luego esas expediciones, pero esa región ofrece un producto de mala calidad, pero descubren que la proveniente de Patagones es, en cambio, de óptima calidad. Pero también fracasan estos intentos.
1787: FRANCISCO MEDINA, comerciante español, radicado en Buenos Aires, funda el primer saladero organizado del Río la Plata. Adquiere una estancia en la región del Colla, cerca de Colonia de Sacramento, e instala un saladero de envergadura que funciona normalmente hasta que se produce su muerte en 1788.
1788. El poeta JOSÉ DE LAVARDÉN, se hace cargo del saladero del fallecido Medina.
1798: Un incendio destruye totalmente el establecimiento de Lavardén, pero ya habían comenzado a funcionar otros similares en la margen oriental del Río de la Plata. Las demandas que llegan desde La Habana y el Brasil, estimula el desarrollo de esta industria en territorio oriental.
1810: ROBERT STAPLES y JOHN MAC NEIL establecen en el primer saladero en el territorio de la provincia de Buenos Aires. La Junta Provisional surgida en mayo de ese año, les ofrece importantes apoyos y lo instalan en Ensenada de Barragán con técnicas y personal traídos desde Europa.
Los socios en este emprendimiento, que marca el inicio de la industria saladeríl y por ende, la actividad industrial en la República Argentina, son dos comerciantes ingleses radicados en el país y a ellos se debe que por franquicias otorgadas en octubre de 1812, .se realice la primera exportación de “tasajo” al extranjero.
Dando ahora, un gran salto en nuestra Historia y sin detenernos en nada de lo sucedido a partir de 1810 y sin mencionar las luchas, avances y retrocesos; los logros y las frustraciones, que debió sobrellevar la actividad industrial en la República Argentina, llegamos a
1891, que es, cuando JOSELÍN HUERGO, en su taller textil, pone por primera vez el sello de Industria Nacional a la producción de su telar
En 1914 se realiza el Tercer Censo Nacional, que nos trae datos que sorprenden ante la magnitud del desarrollo operado por la misma y la excelencia de la calidad de lo producido por las fábricas argentinas.
En vísperas de la primera guerra mundial, en la República Argentina, la industria había alcanzado en determinados rubros, un elevado desarrollo. Los datos y cifras aportados por el Censo Nacional de 1914, muestran, que en la alimentación y el vestido, las fábricas argentinas cubrían ya en 1913, más del 80% del consumo interno en esos ramos.
En conjunto, la industria argentína, que sumaba entonces un total de 48.779 establecimientos que ocupaban 410.201 asalariados, abastecía el 71,3 % del consumo nacional de productos manufacturados. Sólo el 28,7% restante era satisfecho mediante la importación de artículos extranjeros.
En el análisis que acompañaba a este Censo, se destacaba el notable progreso registrado durante el período analizado, diciendo: “Se ha verificado una gran evolución operada en las fuerzas vivas de la Nación.
Con esto, se acabará definitivamente con muchos prejuicios fundados en teorías económicas utópicas que se hicieron en otras épocas, dogmática y erróneamente aplicadas al continente americano, en virtud de las cuales se le negaron a este pais aptitudes para las industrias que no fueran la elemental recolección de materias primas que servirían para alimentar el trabajo de las fábricas europeas.
Es que, estando estos países en el primer período de la civilización, las industrias ganadera y agrícola, según decían, debían permanecer dedicadas a ellas por varias centurias más”.
“Ahora vemos que aquella economía cosmopolita, que pretendió dividir a la humanidad en pueblos superiores, aptos para la Industria, sólo por el hecho de poseerla, y pueblos inferiores, en evolución y desarrollo, pero cuyo destino debe ser exclusivamente como ganaderos o agricultores, ha tenido el más formidable fracaso”.
Las cifras contenidas en el detalle que sigue, muestran en qué porcentaje del consumo nacional, cubrían respectivamente la industria argentina y la importación del exterior, en las distintas ramas de la producción durante el año 1913:
Alimentación: 90,6% industria argentina; 9,4% productos importados.
Vestido: 87,9% industria argentina; 12,1% productos importados.
Artes gráficas: 88,4% industria argentina; 13,6% productos importados.
Construcción: 79,9% industria argentina; 20,1% productos importados.
Muebles y rodados: 70,2% industria argentina; 29,8% productos importados.
Artísticas y de ornato: 63,0% industria argentina; 37,0% productos importados.
Varias: 59,1% industria argentina; 40,9% productos importados.
Química: 37,9% industria argentina; 62,1% productos importados.
Metalurgia: 33,2% industria argentina; 66,8% productos importados.
Tejidos: 22,6% industria argentina; 77,4% productos importados.
Total abastecido por la industria nacional: 71,3% del total consumido.
(1). Quizás sea más acertado adjudicarle el mérito de ser la primera exportación de productos de la industria nacional argentina a un frustrado envío de harina, telas, frazadas y sombreros, todos, obras de artesanos coloniales que partió desde San Miguel de Tucumán hacia Brasil
Primera exportación industrial
El 2 de setiembre de 1587 partió del Puerto de Buenos Aires la primera exportación industrial con destino a un puerto extranjero.
Desde que Juan de Garay fundó Buenos Aires, en 1580, ya habían transcurrido varios años de decepción. Las tierras del Río de la Plata no tenían oro ni plata ni piedras preciosas y su única riqueza natural se basaba en el ganado cimarrón del que podía obtenerse carne, cuero y grasa.
Sin embargo, la colonia no pudo escapar a las duras leyes del monopolio establecidas por la corona española que limitaban el comercio de la región. Como respuesta, floreció un permanente e incontrolado contrabando.
Pero la creciente población de la colonia necesitaba de la exportación e importación de mercaderías para poder subsistir y en esa situación se hizo ver el espíritu de iniciativa del padre Francisco de Vitoria, obispo de Tucumán.
Con notable visión comercial y política, el obispo envió a Salcedo, su capellán, a Buenos Aires a Salcedo, para que estudiara la posibilidad de iniciar el comercio con el Brasil.
Salcedo partió de Buenos Aires en una fragata y fue muy bien recibido por el gobierno del Brasil. Allí compró el navío “San Antonio” con el que continuó viaje hacia Bahía cargando arroz y otras mercaderías.
En enero de 1587 inició el regreso al Río de la Plata pero entonces fue atacado por tres naves corsarias inglesas que prácticamente vaciaron al “San Antonio”.
Aunque la nave llegó a Buenos Aires desmantelada, el obispo no se desanimó. Desde San Miguel de Tucumán despachó treinta carretas hacia Buenos Aires llevando harina, telas, frazadas y sombreros, obra de las primitivas artesanías coloniales. La mercadería iba a dejar importantes réditos a la corona y a la Iglesia, que se beneficiaban con descomunales impuestos.
De Vitoria volvió a cargar el navío “San Antonio”, que partió con rumbo al Brasil. Pero otra vez la suerte estaba en contra. Un temporal arrojó la nave sobre la costa oriental donde fue incendiada por los indios. Pero a pesar de las desgracias naturales y del complicado mecanismo de la burocracia española, el comercio ya estaba en marcha.