INVITADOS EN UNA CASA RIOJANA (1860)

Un viajero procedente de Buenos Aires, que a mediados del siglo XIX recorría el noroeste argentino, relata sus experiencias diciendo: «Hacía tiempo que andábamos con un amigo por Sañogasta, en la provincia de La Rioja, cuando fuimos a dar a la casa de una antigua familia del lugar» (ver La ciudad de La Rioja. Su origen).

«Era una finca única, en medio de ubérrimos parrales, inmensos nogales, florecidos tarcos y bellísimos arboles de sombra y fruto».

«Con el magnífico fondo de las montañas riojanas de coloraciones rojizas y el tajamar que como inmensa sierpe cristalina cruzaba sus frondas, el lugar mostraba, tan singular belleza, que decidimos hacer allí un alto en nuestro viaje».

«Los dueños de casa no sabían cómo homenajearnos, cómo hacernos conocer algo de «nuestro interior», nos decían. De ese interior tan lejano y desconocido para nosotros los «porteños».

«Fue así que lego de recorrer la finca y sus alrededores, fuimos sorprendidas con el afectuoso recibimiento y el magnífico regalo de un menú con el que se nos iba a dar a conocer algunos platos típicos de la cocina criolla: humita, locro, frangollo, chancaca, manjares y postres. Y allá fue la dueña de casa a preparar el pan casero, las tortillas, la humita en chala, el sabroso churrasco y el guachalocro «(ver Comidas criollas en el siglo XIX)..

«Quisimos ayudar; no nos hacía mucha gracia estar de «señoritos», sin hacer nada; solo mirando como trabajaban los otros para nosotros. Y mientras en la sombra del gran patio colonial, varias mujeres pelaban nueces de la reciente cosecha, nosotros preparábamos las hojas de chala, dábamos forma a las «guaguas» de masa y entre el amasar y el decir, riendo como jóvenes de otro planeta, deteníamos el tiempo para guardar en la memoria el feliz recuerdo de una «chinita», que nos servía mate, con azúcar quemada sobre las brasas».

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