EL INSTITUTO LUIS PASTEUR EN LA ARGENTINA (04/09/1927)

El 4 de setiembre de 1886, fue creado en Buenos Aires, el «Instituto Luis Pasteur», por el doctor DESIDERIO FERNANDO DAVEL. Ubicado desde entonces en la avenida Díaz Vélez al 4800, en una de las márgenes del Parque Centenario, ocupa hoy un hermoso edificio con reminiscencias de «factoría colonial», dependiendo de la Secretaría de Salud de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires,

Fue el organizador de la primera campaña de vacunación antirrábica en seres humanos y a partir de entonces, la actividad del Pasteur puede definirse como un intenso y serio trabajo vinculado con la producción de vacuna antirrábica, el registro de accidentes por mordedura de animales domésticos, el estudio de los animales agresores y en menor medida, la captura de animales vagabundos, que luego se ofrecen al público en adopción y finalmente, en una muy escasa medida a la aplicación de eutanasia» en los casos sin solución.

Siendo sin duda, el más trascendente de los temas enumerados, el que se refiere a la fabricación de vacuna antirrábica para animales y humanos y las campañas de vacunación, debe saberse que esta tarea es responsabilidad de su Departamento de Biología, donde se mueve un equipo de alrededor de 150 personas, entre laboratoristas, médicos, cuidadores y, enfermeros, a cuya dedicación y profesionalidad, se debe que en la actualidad se haya llegado a una producción cercana a las 130.000 dosis anuales, aplicándose para ello, las técnicas más modernas. Y según se nos dice, en sus impolutos laboratorios, guardan miles de ratoncitos y crías. La vacuna que elabora el Pasteur se denomina C.R.L., siglas de «cerebro de ratón lactante» y por escatológico que suene, es la denominación de un método que permite la salvación de miles de vidas humanas.

Desarrollado por los médicos chilenos Fuenzalida y Palacios a mediados de la década del sesenta, consiste en la inoculación del virus en los mínimos cerebros de los ratoncitos, que es donde halla su mejor caldo de cultivo. Se lo deja incubar, y luego se extrae, para fabricar con él la vacuna, es decir, una sustancia portadora del virus desactivado.

Desde su aparición en el escenario porteño, puede decirse que la «perrera» como se la conocía (y como aún a veces se la llama), ya no existe.

En el Pasteur los animales en depósito o en observación, no son maltratados, más bien, son objeto de cuidados y atenciones como quizás nunca hayan recibido en su vida. Los perros vagabundos que son capturados, casi siempre, a pedido de la población, una vez internados, se los asea, se los desparasita y previo exámen clínico-veterinario y vacunación, se lo pone a disposición de quienes quieran adoptarlo.

Lugar poético, si se quiere, el “Pasteur”, rodeado de grandes arboledas, ordenado en torno a parques interiores, coronado de aleros de tejas donde descansan rumorosas palomas de ciudad, esconde en ese ámbito casi recoleto, una intensa actividad que lo ubica como un relevante protagonista en el cuidado de la salud pública, cuyo mantenimiento y financiación, cuenta con la invalorable colaboración de la Cooperadora de Acción Social (COAS) y de las asociaciones y sociedades de protección del animal que desarrollan su actividad en el ámbito de la capital.

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *