CORSARIOS LEGALES (18/11/1816)

En 1816, el gobierno de Buenos Aires apeló al empleo de buques, cuya propiedad y tripulaciones se encontraban en manos privadas, para hostigar a los barcos enemigos.

Con patente de «corso», estos buques actuaron tanto en la Guerra de la Independencia (con patente y supervisión del Director Supremo JUAN MARTÍN DE PUEYRREDÓN, como durante la Guerra contra el Brasil (1825-1828) (ver La guerra de corso durante la guerra por la Independencia Argentina).

 

Si las guerras que en distintas circunstancias fue necesario librar por tierra, fue compleja y difícil, la guerra por mar representó para el país un verdadero problema, a causa de la falta de medios.

Muchas veces se tuvo que apelar a la «creación» de una nave de guerra, incorporándole algunos cañones a un simple barco mercante, pero eso no era suficiente para enfrentar las poderosas naves que acosaron estas tierras.

Por eso se apeló a la legalización del sistema de «corsos», una forma de combatir en el mar que era usado por todas las naciones de la época. En estos casos, el gobierno otorgaba una patente o permiso a ciertos barcos para que capturaran las naves del enemigo.

Existían leyes dictadas por España que organizaban la actividad desde la época de la colonia. Pero fue JUAN MARTÍN DE PUEYRREDÓN, quien como Director Supremo del Río de la Plata, dictó un decreto para establecer las reglas de las operaciones corsarias y evitar los excesos.

La autorización del Estado para armar en corso un buque significaba otorgar una licencia al capitán, que junto con su tripulación pasaba a ser parte de la marina militar mientras durara la campaña. Los armadores de esos buques debían presentar pruebas de su moral y una fianza material previa.

Un llamado «Tribunal de Presas» decidía sobre la legalidad de las capturas y se ocupaba de la venta de las naves y de las mercaderías capturadas en una subasta pública. Las armas quedaban en poder del Estado.

La mayoría de los capitanes que cumplían actividades de corso eran norteamericanos, como DAVID CURTIS DE FÓREST, o europeos.

Entre los que pueden llamarse «los corsarios patriotas», se destaca netamente el nombre de GUILLERMO BROWN, que realizó en aguas del Pacífico una notable «guerra de corso» y el de HIPÓLITO BOUCHARD, que fue durante mucho tiempo el terror de las naves realistas, a bordo de la fragata «La Argentina». Combatió a piratas malayos, tomó puertos españoles en las costas de México y de América Central y en 1817 impidió que buques ingleses y franceses cargaran negros en la isla de Madagascar, que iban a ser vendidos como esclavos (ver La campaña de corso de Hipólito Bouchard).

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