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07/02/1824
MUERE ANTONIO RUÍZ, UN HÉROE CONOCIDO COMO “EL NEGRO FALUCHO” y lo hace gritando “¡Viva Buenos Aires¡” al resistirse a presentar armas a la bandera realista que un grupo de sublevados había izado en la fortaleza de El Callao.
En la noche del 4 al 5 de febrero de 1824, unos mil quinientos efectivos argentinos y chilenos encabezados por los sargentos Moyano, Oliva y otros, las reliquias del glorioso ejército de los Andes, se sublevaron contra sus jefes y oficiales, entregando al control de los realistas, el más poderoso y fuerte baluarte del Perú: los formidables castillos del Callao.
Qué fue lo que impulsó a los valientes soldados de SAN MARTÍN a cometer tan vituperable acción?. Varias causas acudieron a ello, pero ninguna alcanza a comprender aquél, que bien puede llamarse, más que un crimen, un acto de demencia.
Impagos y abandonados, después de largos años de continuo combatir, empeñados en la lucha por la libertado primero de Chile y luego de Perú, lejos de la patria nunca olvidada y heridos por la afrenta que para ellos significaba marchar siempre a retaguardia, ¡ellos, los vencedores de cien batallas! acostumbrados a ser siempre los primeros; huérfanos del Gran Capitán que les organizó y enseñó a triunfar, no es de extrañar que la desesperación turbara por un momento el ánimo de los vencedores de Chacabuco y Maipú.
Y así estaban las cosas, cuando, al amanecer del día 7, hallándose de centinela junto al mástil donde flameaba el pabellón de la patria, un soldado del regimiento Río de la Plata, llamado ANTONIO RUIZ, conocido por sus compañeros como el “Negro Falucho”, se presentaron ante él, los que venían a sustituir la bandera azul y blanca por el estandarte del rey de España.
Rápidamente, ante el asombrado soldado RUIZ fue izada la bandera de España, que el general San Martín había hecho rendir en setiembre de 1821, mientas se le exigía que le rindiera honores. “Yo no puedo rendir honores a la bandera contra la que he peleado siempre exclamó, resuelto, Ruiz”. “Tú eres un revolucionario, y malo es ser revolucionario”, gritaron varios de sus compañeros de armas. “Malo es ser revolucionario, pero mucho peor es ser traidor”, replicó el héroe mientras que, tomando su fusil por el cañón, lo hacía pedazos contra el mástil de la bandera.
Los sediciosos se precipitaron entonces sobre el fiel custodio. Lo hicieron arrodillar en la muralla que daba al mar y cuatro tiradores le apuntaron las armas al pecho y a la cabeza. Todo era silencio y las sombras flotantes de la noche aun no se habían disipado del todo. Se oyó una voz, brilló el fuego de cuatro fusiles y junto con una fuerte detonación, vibró en el espacio un entusiasta ¡Viva Buenos Aires!.
Al desvanecerse el humo, el cuerpo ensangrentado de Falucho caía al suelo, acariciado por los primeros rayos del sol naciente. No ha sido olvidado aquel héroe. La Historia ha recogido su nombre y la estatua, que en su honor se alza en la ciudad de Buenos Aires (1), mantiene viva la admiración de propios y extraños, ante el sacrificio de quien fue fiel a su bandera hasta la muerte.
El soldado RUIZ había nacido esclavo en Buenos Aires, hijo de padres africanos y liberto del comerciante Antonio Ruiz, de quien tomó su nombre y apellido. Formó en el Ejército del Norte y batió en Tucumán, Salta, Vilcapugio y Ayohuma. Integró después la Expedición Libertadora al Perú. Desde el 19 de septiembre de 1821, día en que el fuerte El Callao cayó en poder del general San Martín, formó parte de la guarnición que lo custodiaba. Su muerte heroica inspiró las estrofas del “Canto a Falucho”, de Rafael Obligado.
(1). La estatua de bronce que lo recuerda en Buenos Aires, obra de Lucio Correa Morales, se halla en la avenida Santa Fe y Luis María Campos, frente a los cuarteles de Palermo.