Autor: Horacio 27/04/2016 0 Comentarios

Celebración y crisis coinciden en el Centenario de la Revolución de Mayo: festejos, visitantes ilustres, huelgas, atentados y un brote  de patriotismo xenófobo.

Predomina el optimismo, que culmina con la sanción de la Ley Electoral y la democracia, bienvenida por todos. Sin embargo, no todos esperaban el categórico triunfo que obtuvo Hipólito Yrigoyen.

La democracia corona el desarrollo de una Argentina próspera y pujante. El Censo de 1914 deja su fotografía mostrando un aumento de la población, de la producción y de la escolaridad. Las reivindicaciones de trabajadores y chacareros, decididos a quedarse y encarar la aventura del progreso, son moderadas. Crecen las ciudades y sus nuevos barrios, y se desarrolla una moderna cultura de masas.

El tango abandona el suburbio prostibulario y se instala en 1os escenarios del centro o en las salas de las familias de clase media. El fútbol, convertido en espectáculo, atrae respetables multitudes; el automovilismo y la aviación, en cambio, conservan su elitista sello originario.

También se consolida la alta cultura, apoyada por un público numeroso: las salas de concierto, las ediciones de literatura argentina, las universidades, sacudidas por los aires democráticos de la Reforma Universitaria, acompañan los nuevos aires que desde Buenos Aires, se difunde hacia el resto del país.

Pero la Guerra Mundial cambia los datos. La relación con el exterior se hace compleja y difícil. Aliadófilos y neutralistas discuten la definición del gobierno. En lo inmediato, hay desocupación, inflación y penuria fiscal y por sobre todo, la democracia supone una manera nueva de enfrentar los conflictos sociales.

Para el presidente Yrigoyen, la represión debe dejar paso al diálogo y la mediación. El fin de la Guerra y las convulsiones que trae la revolución soviética de 1917,  colocan a la democracia en una difícil encrucijada. En el “annus mirabilis” de 1919,  los fantasmas de 1910, parecen hacerse realidad.