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LAS FIBRAS VEGETALES EN LA INDUSTRIA TEXTIL ARGENTINA (16/10/1898)
El 16 de octubre de 1898, se inauguró en Buenos Aires la Segunda Exposición de la Industria Nacional en Buenos Aires, un símbolo del brillante futuro que se suponía esperaba a la Argentina.
Estaba instalada en la Plaza San Martín, de la ciudad de Buenos Aires y fue inaugurada por el Presidente JULIO ARGENTINO ROCA, quien mientras la recorría, junto con algunos de sus ministros, se detuvo frente a un stand, donde se exhibía una serie de productos textiles de singular calidad, acompañados por muestras de diversas plantas nativas, que según expresaba la cartelería informativa, era con las fibras de estas plantas, que se habían tejido las prendas expuestas.
Uno de los acompañantes del Presidente ROCA, era su Ministro de Agricultura WENCESLAO ESCALANTE y éste fue quien le explicó pormenores de lo que estaban viendo e invitó al encargado del stand, para que los ilustrara mejor sobre el tema.
Se acercó entonces el ingeniero RAFAEL HERNÁNDEZ, hermano menor de JOSÉ HERNÁNDEZ, también escritor como el autor del “Martín Fierro”, ingeniero agrónomo, legislador y fundador de la “Colonia Agrícola la Nueva Plata”, responsable del armado de ese stand.
«Allí —dice una crónica del diario “La Nación”— “el general Roca escuchó los informes que le suministró el ingeniero Hernández, sobre la colección de fibras vegetales que estaban viendo, material que es digno de ser conocido y estudiado», termina diciendo La Nación”.
RAFAEL HERNÁNDEZ, verdadero hombre de empresa además, luchaba en esa época, por lograr que se desarrollara en el país, una industria que aprovechara las numerosas “plantas textiles” autóctonas que abundaban en diversas provincias argentinas, con cuyas fibras había realizado exhaustivas experimentaciones.
El aprovechamiento de las fibras nativas representaba, según HERNÁNDEZ, un ahorro de 20 millones de pesos anuales, suma que se gastaba en importar similares productos para nuestra industria textil. Partía HERNÁNDEZ de un hecho real.
En 1891, en vísperas de una cosecha excepcional de trigo, los agricultores le habían pedido a la casa “Drysdale” y a algunas otras “únicas importadoras” de ese producto, el hilo de agavillar necesario para levantar dicha cosecha. El tiempo pasó y el hilo no llegaba hasta que en noviembre de ese año, ya casi sin plazos para iniciar la cosecha, uno de esos importadores, le informó a los agricultores, que el hilo no llegaría, “porque el barco había naufragado”, pero que tenían a su disposición, un pequeño volumen de ese artículo, que había quedado en el stock, pero que su precio era un peso, diez oro el kilo !! y al contado.
De un solo golpe, dice RAFAEL HERNÁNDEZ”, el trust del hilo nos arrancaba un millón y medio en pesos oro, equivalentes como a cuatro millones de pesos nacionales».
Prácticamente, los agricultores, que carecían de medios para comprar al contado, debían renunciar a levantar sus cosechas, pero HERNÁNDEZ, cuyo título de ingeniero agrónomo le había permitido dirigir eficazmente la “Colonia Agrícola Nueva Plata”, imaginó la manera de remediar la situación.
Les enseñó a sus colonos a atar el trigo por diversos métodos de emergencia: imprimió hojas sueltas con instrucciones, las repartió y las difundió por los diarios de Buenos Aires y de Santa Fe. Y oh sorpresa !!. En la misma semana, cuenta, «el buque hundido resurgió” y sin duda fue así, porque el hilo recobró su valor normal, para no volverse a producir jamás otro naufragio».
Pero el trust del hilo, no era el único: también existía el de las bolsas y para romperlos, HERNÁNDEZ proponía instalar fábricas en las provincias donde se hallaban esas plantas, cuyas fibras sería útiles industrialmente, especialmente en la industria textil.
Luego de ser alentado por ROCA, Hernández presentó su proyecto ante las Cámaras y tuvo sanción favorable del Senado. Pasó luego a Diputados y allí quedó para su despacho, hasta el fin del período. Pasaron los años y el proyecto durmió definitivamente.
Cerca de veinte plantas nativas, estudiadas por HERNÁNDEZ. así como también otras aclimatadas, que podían ser también utilizadas en la elaboración de los artículos textiles, quedaron esperando la sanción de la Cámara que nunca llegó.
El pionero Hernández debió guardarse sus “caraguatá”,” caranday”, “ibirá”, “yute”, “yatay”, “ramio”, “escobadura”, “cáñamo”, “ortiga gigante”, “isipó”, “lino”, “cardo” y “loro blanco” y murió sin que nadie lo reflotara. En fin, VIVA LA ARGENTINA !!!. (ver Primeras Industrias en el Río de la Plata).