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EL TEATRO ARGENTINO. SU PASADO Y SUS PROTAGONISTAS
Se desconoce cuándo empezó la actividad teatral en el Río de la Plata, aunque se presume, que las manifestaciones teatrales, pudieron haber encontrado un ambiente muy propicio en el “Colegio Máximo”, que los jesuitas habían fundado en 1610, cuando ya, en 1613 se autorizó el ingreso de laicos y aborígenes, muy afectos estos últimos, a esa actividad.
Parece ser que las representaciones teatrales se fueron sucediendo con mucha frecuencia y por eso, “complicando demasiado” las actividades curriculares, porque en 1713 el Padre General de la Compañía de Jesús, prohibió las representaciones escénicas, en razón del tiempo que los alumnos perdían en ensayos y exhibiciones.
En 1721, los estudiantes del Colegio Máximo representaron, según se decía en los volantes que informaron de su realización “el elegante y conmovedor drama intitulado «Judith”, función que tuvo tanto éxito, que los espectadores solicitaron su repetición para el día siguiente, en el cual la pieza “fue celebrada aún con mayor aplauso”, según las crónicas.
Y ya nada detendrá el desarrollo de la actividad teatral en estas tierras, impulsando dos tipos de teatro hasta fines del siglo XVIII: uno, exclusivamente religioso y otro, netamente profano, como lo exponen los ejemplos dados. El 11 de diciembre de 1723, el Cabildo de Buenos Aires, ordenó pagar a José de Orellano lo que se le adeudaba “por los gastos de las comedias que se hicieron en esta ciudad, al celebrarse la noticia de los desposorios de nuestros príncipes”.
Las primeras funciones teatrales en Buenos Aires
Sin que hasta hoy hayamos podido verificar la exactitud de la información, estudios realizados por Enrique García Velloso y Alfredo Taullard, les permitieron afirmar que alrededor de 1747 o poco después, el correntino Eusebio Maciel instaló un teatrito que tuvo efímera vida, en el cual se representaron obras clásicas españolas y otras que él mismo escribía. El elenco estaba compuesto por actores en desgracia que un día, el empresario había encontrado acampando junto a un arroyo, viviendo precariamente.
El 22 de setiembre de 1755, el empresario italiano Domingo Sacomano pidió permiso al Cabildo para instalar un tablado con el fin de ofrecer un espectáculo teatral y este fue el primer antecedente de un espectáculo artístico organizado en las tierras del Río de la Plata, pero poco después, el Ayuntamiento negó un permiso para representar comedias en forma continuada.
Recién al año siguiente se autorizó a Pedro de Aguiar, de oficio zapatero, la instalación de un Coliseo, que se llamó “Teatro de la Comedia”. Se inauguró en 1757, por lo que debería ser considerado como el primer teatro oficialmente autorizado que funcionó en Buenos Aires.
El director del mismo fue el actor Domingo Sacomano, que actuó también en Chile y Perú, aunque no desempeñó tal cargo durante toda la existencia del teatro, porque posteriormente fue substituido por José Antonio de Prada. Merece ser destacado el hecho de que, en este local, por primera vez se presentó en Buenos Aires un espectáculo con marionetas.
Cronológicamente, debemos aquí incluir otro dato brindado en el informe de Velloso y Taullard, asegurando que poco antes de 1758, funcionaba en Buenos Aires un Coliseo llamado “El Corral Porteño”, donde actuaba una compañía que estaba compuesta por una actriz, tres niños y ocho actores. Dos de éstos, Eusebio Serrezuela y Mateo Casas, eran los de mayor experiencia pues ya habían actuado en el Teatro Príncipe de Madrid.
El “Teatro de la Comedia” de Aguiar se cerró posiblemente en 1759, pues ese año dos músicos solicitaron permiso para continuar explotándolo, debido al “sentimiento que había ocasionado en el público su suspensión”. Los peticionantes—el compositor Bartolomé Maza y el Maestro de Capilla de la Catedral Francisco Vandermer— obtuvieron la concesión, pero no consta que llegasen a hacer uso de ella.
Teatro de La Ranchería, primer Teatro estable (1783)
Cronológicamente corresponde ahora referirnos al primer teatro estable que se instaló en Buenos Aires y el más famoso de esa época. Se llamaba “Casa de Comedias”, pero la gente, aludiendo al lugar donde se hallaba, lo llamaba “Teatro de la Ranchería”.
A diferencia de otras ciudades de la colonia española, el Río de la Plata apenas contó por mucho tiempo con algún espectáculo que sirviera de distracción a sus aislados habitantes. Hubo que esperar hasta la llegada del virrey VÉRTIZ, un hombre con ideas progresistas, para que por fin se levantara el primer teatro estable.
El éxito que habían tenido esas presentaciones teatrales del pasado virreinal y algunas otras improvisadas funciones de teatro que se efectuaron en la primavera de 1782, indujeron al Virrey Juan José de Vértiz y Salcedo a consultar al Cabildo sobre la conveniencia de la instalación de un teatro estable en la ciudad, diciendo, refiriéndose al teatro: “no solo lo conceptúan muchos políticos como una de las mejores escuelas para las costumbres, para el idioma y para la urbanidad general, sino que es conveniente en esta ciudad que carece de diversiones públicas”.
Para establecer el Teatro, el virrey Vértiz debió enfrentarse a algunos sectores de la Iglesia que consideraba inmorales las representaciones que allí se ofrecían. Un fraile sostuvo en un sermón que la comedia era pecaminosa y afirmó que los actores y los espectadores serían excomulgados. El virrey protestó mediante un documento que hizo público, diciendo que las afirmaciones de ese fraile, ofendían al gobierno y que no tenía derecho para criticar esos asuntos.
Ampliamente conforme con la propuesta del virrey, el Cabildo, advirtiendo previamente que no había impedimento para la inauguración, si se respetaban las normas seguidas en España y otros virreinatos, referidas a la censura previa y a la prohibición de la mezcla de sexos, la aprobó el 17 de setiembre de ese mismo año.
La concesión para construirlo y explotarlo, le fue otorgada a Francisco Velarde, quien se comprometió a edificar un coliseo provisional, hasta tanto llegase del Rey autorización para erigir uno más sólido. Eso nunca ocurrió y entonces, se habilitó como “Teatro de La Ranchería”, un viejo galpón al que se le hicieron algunas mejoras, que finalmente fue el definitivo.
Fue inaugurado el 30 de noviembre de 1783 y funcionaba donde luego se instaló la Plazoleta de Mercado Viejo (actuales Alsina y Perú), algunos metros más hacia el costado noroeste del monumento al general Roca. El edificio medía 26 varas de frente por 55 de fondo, era de “maderas gruesas y sólidas” con techo de paja y allí, el 23 de diciembre de 1783, se presentó allí Josefa Ocampo, la primera actriz criolla nacida en Buenos Aires que actuó ante el público de la ciudad.
El Teatro de “La Ranchería”, tenía varias puertas laterales y una grande en el frente, abriéndose todas hacia afuera; la iluminación de la sala se efectuaba con velas de sebo, que estaban distribuidas en torno del local; además colgaban dos arañas del techo, existiendo brazos con diez velas cada uno a ambos lados del escenario, el cual a su vez, tenía candilejas.
Tenía palcos y cazuelas para las mujeres. Según un inventario realizado en junio de 1792, contaba con 376 prendas de vestir, 77 bastidores, 13 bambalinas, 10 telones, y más de mil piezas teatrales, entre las que se contaban dos tomos de Calderón, de la Barca, ocho tomos de varias comedias, 380 comedias sueltas, 123 sainetes, 55 tonadillas generales, 47 tonadillas a dúo, 99 tonadillas a solo, 12 dramas, 14 sinfonías, una zarzuela, etc.
Contaba también con 376 prendas de vestir, 77 bastidores, 13 bambalinas, 10 telones, más de mil piezas teatrales, entre las que se contaban dos tomos de Calderón, ocho tomos de varias comedias, 380 comedias sueltas, 123 sainetes, 55 tonadillas generales, 47 tonadillas a dúo, 99 tonadillas a solo, 12 dramas, 14 sinfonías, 2 zarzuelas, etc.
Era Director de este Coliseo el maestro Antonio Aranaz, contratado especialmente en España para «enseñar a cantar, así todas las tonadillas como las músicas de comedias, sainetes, etc., y componer las músicas de todas las letras que se ofrezcan». La orquesta estaba compuesta por 4 violines, 1 bajón, 2 oboes y 2 trompas.
Vértiz, considerado un virrey progresista, había apoyado la creación del teatro con un doble fin: brindar entretenimiento a la población y recaudar fondos para el sostenimiento de la Casa de Niños Expósitos, que él mismo había fundado. Pero como los fondos recaudados no eran suficientes, decidió arrendar la sala para la realización de bailes de máscaras.
Los bailes fueron mucho más criticados y en la noche del 15 de agosto de 1792, cuando un cohete volador disparado desde la iglesia de San Juan Bautista, cayó sobre su techo de paja, incendiándolo y causando la destrucción total La Ranchería, algunos sectores consideraron que el triste fin era un castigo divino.
Juan María Gutiérrez, en la “Revista de Buenos Aires”, Tomo 7, dice: “La Casa de Comedias» se construyó bajo un humildísimo techo de paja en La Ranchería (…), el terreno pertenecía primitivamente a los padres de la Compañía de Jesús, era lugar de depósito de los frutos y productos de sus misiones”.
Desde ese principio bastante humilde y cuestionada, la Sala, poco a poco se fue transformando en el centro de la actividad lírica y teatral de la ciudad, gracias a la buena elección de obras y autores de la lírica y el teatro clásico español. Las obras que se representaron en este teatro fueron las clásicas españolas.
Las funciones se realizaban todos los días feriados del año y sus programas se anunciaban mediante cohetes voladores y pregoneros. Aunque existen documentos que nombran las obras representadas, la mayoría son desconocidas en nuestros días. Pero esos mismos documentos informan sobre la enorme variedad y cantidad de trajes usados por los actores e indican que el teatro debió alcanzar notable brillo para la época.
De las escritas aquí, sólo hay noticia de la titulada “El amor de la estanciera”, atribuida a Juan Baltasar Maciel, y del “Siripo”, de Manuel de Lavardén, que se representó en el carnaval de 1789, acompañada, posiblemente, de la loa “La inclusa”, del mismo autor.
La pieza de Lavardén “Siripo”, fue la primera obra teatral con un tema no religioso que se representó en el Río de la Plata y aunque se afirma que la obra se perdió en el incendio que destruyó a “La Ranchería”, lo cierto es que años después de la primera representación, sea en su texto original o en refundiciones del propio autor o de otros, fue representado varias veces antes de la revolución de 1810 y, después, hasta la época de JUAN MANUEL DE ROSAS.
Incendio del Teatro de La Ranchería
El 16 de agosto de 1792, la irresponsabilidad de un vecino de Buenos Aires, provocó el incendio y la destrucción total del Teatro de la Ranchería.
El 16 de agosto de 1792 fue el día fatal. Todo el edificio ardió en pocos minutos y se supone que el fuego comenzó por la caída en el techo, de un cohete volador lanzado por un irresponsable. Sin embargo, no faltaron rumores, jamás confirmados, que acusaron del incendio, a algún moralista fanático. Durante las semanas anteriores al incendio, se venían representando varias obras de Manuel de Lavarden.
Gran Coliseo Estable de Comedias (1804)
Luego del incendio del Teatro de la Ranchería, muchos pensaron que era necesario disponer de otra Sala para ofrecer espectáculos al cada vez más exigente público de Buenos Aires y el 10 de mayo de 1804 se inauguró el Gran Coliseo Estable de Comedias.
Ramón Aignase y José Speciali, tomaron la iniciativa y luego de obtener el permiso de las autoridades virreinales, en mayo de 1803, adquirieron un terreno ubicado en el llamado “hueco de las ánimas” (la esquina de Rivadavia y Reconquista de la ciudad de Buenos Aires, donde hoy está emplazada la Casa Central del Banco de la Nación), una zona que por el abandono que exhibía en ese entonces, nunca llegó a prosperar.
A fines de 1803, estando el proyecto paralizado por falta de fondos, los hermanos Olaguer y Feliú (uno de los cuales había sido virrey), se hicieron cargo del mismo y construyeron un Teatro, pero no en el lugar original, sino en la esquina de las actuales calles Reconquista y Cangallo, frente a la Iglesia de la Merced. Este nuevo Teatro, primero se llamó “Teatro Provisional de Comedias» y más tarde, “Coliseo Chico” o “Coliseo Provisorio”, hasta que en 1838, comenzó a llamarse “Teatro Argentino”.
A pesar de que el permiso concedido en mayo de 1803 era de carácter “temporario”, ya que se lo autorizaba a funcionar por solamente una temporada, hasta que se construyera el que sería el definitivo y oficial, por espacio de más de treinta años fue, puede decirse, el único Teatro que hubo en Buenos Aires. Era un edificio de aspecto pobre y modesto. Durante mucho tiempo ni siquiera tuvo revocado el frente.
La platea tenía capacidad para 200 personas o poco más, había también varios palcos, entre los que se destacaba el del gobierno, adornado con cortinados y guardas rojas y amarillas, colores que en 1813 se cambiaron por los nacionales y, luego, en la época de Rosas, por el rojo federal.
El escenario tuvo, al principio, una cortina que se corría a los costados y que después de algunos años, fue reemplazada por un telón que, para levantarlo, debían subir dos hombres hasta la parte más alta, uno a cada lado, y luego, a una señal convenida, se asían a las cuerdas que pasaban por roldanas, y en esa forma se dejaban caer, mientras el telón subía. Para bajarlo, se desataban las cuerdas que lo sujetaban y por el propio peso descendía el telón. Era un sistema semejante al que se usaba en España en esa época.
El Teatro fue inaugurado con la tragedia «Zahira», en cinco actos. Dos años más tarde, durante la primera invasión inglesa, las representaciones decayeron en tal forma que sólo fueron presentadas dos obras: «El montañes sabe bien dónde le aprieta el zapato», y la comedia heroica: «Clelia triunfante en Roma». Recién en 1838, este “Teatro Provisorio”, fue reemplazado por el “Teatro Argentino”, un escenario que tuvo efímera vida, ya que fue demolido en 1872.
Teatro Coliseo (1804)
El Teatro Coliseo era un tradicional y antiguo teatro ubicado en el Barrio Palermo de la ciudad de Buenos Aires, en la actual calle Marcelo T. de Alvear 1125 (entonces Charcas), frente a la Plaza Libertad, cuya historia registra varias etapas que se inician en 1804.
Ese año, viviéndose todavía como colonia de España, durante el virreinato de José Olaguer y Feliú, se inauguró el que fue el Primer Teatro Coliseo o Viejo Teatro Coliseo que, habiendo desaparecido en 1792, víctima de un incendio el de La Ranchería, fue la única sala de espectáculos de la ciudad hasta 1838
Fue construido por el empresario cafetero Ramón Aignase y el cómico José Speciali luego de obtener un permiso del Cabildo que los autorizaba a crear el “Coliseo Provisional de Buenos Aires” y estaba ubicado en un terreno que era propiedad de un vecino llamado Almagro, frente a la Iglesia de la Merced, en el cruce de las actuales calles Reconquista y Presidente Perón, a dos cuadras de la Plaza de Mayo.
En su frente no llevaba ornamento alguno y sólo daba a la calle un portón de pino. En el interior, las decoraciones eran pobres y fueron pintadas en su mayor parte por Mariano Pizarro, artesano argentino y maquinista del teatro. El alumbrado se hizo por mucho tiempo por medio de velas de cebo y, luego, por medio de aceite. Sobre las tablas o proscenio en el centro y parte anterior, aparecía la boca del apuntador. Al frente del proscenio se leía un cartel: “La comedia es espejo de la vida”.
La platea contenía aproximadamente 250 asientos; unos bancos largos, muy estrechos divididos por brazos, formaban las lunetas, cubiertos con un pequeño cojín forrado de pana. La entrada general valía diez centavos y las lunetas quince; costando algo menos cuando se tomaba por temporada, que era de aproximadamente diez funciones.
El contorno de la platea en forma de herradura, estaba formado por 20 o 25 palcos bajos, que costaban un peso y otros tantos altos, de tres pesos por función. En cada uno, cabían aproximadamente seis asientos, pero el público tenía que llevar sillas desde su casa o alquilarlas a la empresa teatral.
Frente al proscenio y en el centro de la herradura, en la hilera de palcos altos, se hallaba el palco del Gobierno, de dobles dimensiones que los demás, decorado con cenefas de seda celeste y blanco (o de color punzó en la época de Juan Manuel de Rosas). Los palcos, durante muchos años, no tenían puertas y cuando las tuvieron, casi nadie las usaba. La cazuela, vulgarmente llamada gallinero, estaba colocada sobre los palcos altos y era ocupada sólo por espectadores de sexo femenino.
El español Blas Parera (el futuro coautor del Himno Nacional Argentino) fue designado Director de la orquesta, que contaba con 26 o 28 integrantes, que no siempre eran músicos profesionales.
La “Compañía Cómica” de Luis Ambrosio Morante, tuvo a su cargo la primera representación que se ofreció en ese escenario y fue este mismo Morante el que luego, aquel 24 de mayo de 1812, presentara una pieza teatral que había escrito especialmente para la ocasión, llamada “El 25 de Mayo”, como homenaje a estas gloriosas jornadas y cuyo himno de cierre, inspirara a uno de sus espectadores, el músico Vicente López y Planes, para componer el Himno Nacional Argentino.
En 1811, en Buenos Aires, comenzó a padecerse una época de desaliente para las actividades artísticas. Los residentes españoles y sus familias no concurrían ya al teatro y los criollos estaban demasiado ocupados en sus reyertas partidarias y en la consolidación de su Independencia para asistir a espectáculos. La actividad teatral comenzó así a declinar y el gobierno decidió clausurarlo «por razones de seguridad pública»,
Más tarde, la Policía, luego de reparar el techo que era de paja y pintar su interior, lo reabrió y desempeñándose como empresaria, lanzó un abono que tuvo mucha aceptación, En esa temporada se dieron obras como «El Hijo Pródigo» de Voltaire y «El avaro», de Molière, con traducción en ambas de Santiago Wilde y «Monomanía», con la actuación de Felipe David, un actor de renombre de aquella época.
Pero, a pesar de estos nuevos vientos que parecían impulsar la actividad teatral, hubo muchas voces que se alzaron contra la gestión policial diciendo «La policía es un pésimo administrador; además, los que pretenden organizar un nuevo país, ignoran que, al abandonar el teatro a su propia suerte, en manos de pésimos administradores, mediocres comediantes, con obras venidas de España e ideas de otros pueblos y épocas, pueden llegar a distorsionar el proceso e incubar un verdadero refrito cultural, que nos aleje de nuestras verdaderas esencias”.
“El mundo ha cambiado mucho en estos últimos años, pero el teatro es el mismo de hace doscientos años. A pesar de que España, según dicen, ya no debe gobernarnos, sus comedias siguen dirigiendo el corazón y la fantasía de nuestro pueblo. En vano es que se corrijan los textos borrando las palabras rey, trono, soberano, monarca, etc., o se reemplacen los colores de las cenefas del palco oficial del gobierno, antes rojo y ahora azul y blanco, si el teatro no nos representa verdaderamente”.
El Teatro Coliseo fue luego el escenario donde se presentaron las más notables figuras nacionales y extranjeras que nos visitaban: Allí actuaron Trinidad Guevara (1798-1873), considerada como la primera actriz argentina, y el actor Juan José Casacuberta (1789-1849). En 1821 se estrenó el drama en verso “Túpac Amarú”, del mismo Morante y en 1825 se cantó, por la primer en la Argentina, una Opera: fue “El barbero de Sevilla” de Rossini.
Recordemos también que en ese viejo Teatro Coliseo, la noche del 24 de mayo de 1806, estaba el Virrey Sobremonte presenciando la obra de Moratín, “El si de las niñas”, cuando recibió el parte que le enviaba Santiago de Liniers comunicándole la llegada de los ingleses a Ensenada, durante la primera invasión que realizaron sobre Buenos Aires.
Aunque fue «provisorio», duró más de 30 años. Fue demolido en 1834 y sobre el terreno que ocupaba, se construyó un nuevo Teatro, que con el nombre de “Teatro Argentino” iniciará una existencia caracterizada por contínuos cambios de ubicación, estructura y género.
El Teatro del Sol (1808)
En 1808, en la calle Liniers (actual Reconquista), cerca de Merino (actual Lavalle), en la ciudad de Buenos Aires, se inauguró el Teatro del Sol, llamado así tal vez por hallarse frente a una casa que tenía un reloj de sol. Estaba ubicado en un baldío y hecho con cueros, cañas y maderas, blanqueados con cal.
Carecía de techo, y el escenario, construido con tablas, estaba separado del público por un telón grotescamente decorado. Los espectáculos consistían en pantomimas, ejercicios en la cuerda, sombras chinescas, bailes y cantos. El empresario era José Cortés, apodado «El romano», volatinero que sabía manejar la linterna mágica. Pero el negocio fracasó, debiendo cerrar sus puertas a fines del mismo año de su inauguración.
El Teatro de la Victoria (1838)
Se encontraba en la entonces llamada calle Victoria, entre las de Tacuarí y Buen Orden (hoy Bernardo de Irigoyen) y su numeración actual sería 954. Fue inaugurado el 25 de Mayo de 1838. No debe confundirse con el otro “Teatro Victoria” que estaba en esa misma calle, esquina sudeste de San José, que fue construido por el escritor y periodista Emilio Onrubia y que abrió sus puertas como “Teatro Onrubia», cambió de nombre luego y pasó a llamarse “Teatro Victoria”, para terminar llamándose “Maravillas”, hasta su demolición.
Teatro Colón de Buenos Aires (1857)
El primer Teatro Colón de la ciudad de Buenos Aires, fue inaugurado el 24 de abril de 1857, con la presentación de la ópera “La Traviata”, cantada por el tenor Tamberlick y la soprano Vera Lorini y funcionó hasta el 13 de setiembre de 1888.
La idea de un Teatro monumental, al estilo de las viejas ciudades de Europa, había nacido en la época cuando gobernaba el virrey Sobremonte. Pero se quedó en idea durante muchos años, siempre postergada por las invasiones, las guerras y las revoluciones. En 1855, aunque aún los problemas no habían desaparecido, empezó a levantarse este Teatro surgido de la decisión de un grupo de vecinos de Buenos Aires.
Una sociedad de “jóvenes atolondrados que expusieron su fortuna particular”, entre ellos, Joaquín Lavalle, Martín Rivadavia, Esteban Rams y Rupert Lorenzo Torres, los “inevitables” hermanos Varela, el coronel-poeta Hilario Ascasubi le encargaron la confección de los planos a “un ingeniero de nacionalidad francesa y apellido italiano, muy dedicado a los estudios históricos…”, el ingeniero Charles Henry Pellegrini, a quien se le debe este Teatro que fue el primer Teatro Colón que tuvo la ciudad de Buenos Aires.
Estaba ubicado en la esquina noreste de las actuales Rivadavia y Reconquista, frente a la Plaza de Mayo, donde hoy se encuentra el Banco de la Nación, un lugar conocido como “el hueco de las ánimas” y que Juan de Garay, cuando fundó la ciudad de Buenos Aires en 1580, había reservado para construir allí su residencia particular y que más tarde, al ser considerado un lugar estratégico para la defensa de la ciudad, se comenzó a levantar una fortificación, que nunca se terminó.
Las obras del primer Teatro Colón, comenzaron en 1855 y estuvieron a cargo del nombrado ingeniero Pellegrini, quien en dos años de trabajo, realizó una verdadera revolución arquitectónica y el Teatro fue inaugurado el 24 de abril de 1857.
Su sala tenía la forma de una herradura y poseía una araña, que el público bautizó “lucerna”, con 450 picos de gas que eran encendidos mediante un mecanismo especial. Ese sistema de iluminación era toda una novedad y apenas se veían algunas de estas luces en unas pocas calles del centro de la ciudad. Su cielo raso tenía decorados de Cheronetti y Verazzi.
Al sector de “cazuelas” y “paraíso”, se entraba por la calle Reconquista. La noche de su inauguración el Teatro estuvo colmado por la aristocracia porteña y sólo hubo un palco vacío, en el que colgaba un crespón negro. Era nada menos que el palco reservado para el poeta Hilario Ascasubi, el hombre que más había hecho por la creación de este Teatro y que esa misma noche, estaba velando a su hija, que había muerto de “mal de amores”.
Aquel viejo Teatro Colón estaba llamado a apagarse para dar paso a un emprendimiento estatal de mayor calibre, que desembocó, veinte años después, en el actual edificio de la calle Libertad, inaugurado en 1908. Y fue el 13 de septiembre de 1888 que apagó sus luces, dejando cumplida una relevante trayectoria que se extendió por espacio de treinta años.
En el transcurso de este lapso la ciudad de Buenos Aires, alcanzó considerable desarrollo ya sea en el aspecto edilicio, social como cultural. La ópera, considerada entonces la expresión teatral por excelencia, estaba profundamente arraigada en el gusto y las predilecciones de los porteños.
El cierre del viejo Colón se produjo a raíz de haberse ordenado en 1887, por Ley 1969 sancionada por el Congreso de la Nación, la venta del edificio del Banco de la Nación Argentina. Con el importe de esa operación, que alcanzaba la suma de $ 950.000 m/n. la Municipalidad debía construir un nuevo teatro de mayor capacidad y posibilidades técnicas.
Para ello, en 1888, mediante la Ley 2381 se licitó la construcción del nuevo edificio, cuya obra comenzó el 13 de setiembre del mismo año. En esos veinte años durante los que el viejo Teatro Colón no tuvo vida, el “Teatro de la Ópera”, ubicado en el mismo solar que hoy ocupa en la avenida Corrientes, fue protagonista de las temporadas porteñas de Ópera.
Claro que lo alimentaba el mercado creciente de la inmigración, reflejado en una competencia intensa por parte del Politeama, el Odeón, el Teatro de la Comedia y el Avenida, a los que en 1907, se sumaron el Coliseo, sin olvidar las salas menores como la de Mayo o la de Zarzuela
El nuevo Teatro Colón (25 de mayo de 1908).
La construcción del nuevo Teatro Colón fue una decisión del Intendente Torcuato de Alvear que apoyando una iniciativa que el músico y empresario de ópera, radicado en Buenos Aires, Ángel Ferrari (1835-1897), presentara en 1886, tres años más tarde llamó a Licitación pública para adjudicar la obra al mejor proyecto. Triunfó la propuesta de Ferrari, quien acompañó su oferta con un proyecto del arquitecto e ingeniero italiano Francesco Tamburini (1846-1890).
Los planos trazados por el ingeniero Tamburini fueron los más adecuados por la importancia que quería dársele a este nuevo centro de cultura. El plazo fijado por el contrato establecía que el nuevo Colón debía construirse en un término de treinta meses, pensando en inaugurárselo el 12 de octubre de 1892, fecha en que se cumplía el cuarto centenario del descubrimiento de América.
El emplazamiento del nuevo Teatro debía elegirse entre dos privilegiadas manzanas céntricas. La primera, donde hoy se encuentra el Palacio del Congreso y la segunda los terrenos que ocupaba la vieja estación del Parque, del Ferrocarril Oeste, donde se encontraba instalado el Estado Mayor del Ejército.
El lugar originalmente elegido para construirlo fue una manzana ubicada en el cruce de las avenidas Rivadavia y Entre Ríos, pero como ésta se destinó finalmente al futuro Palacio del Congreso Nacional, se compró la manzana que ocupaba la Estación del Parque” del Ferrocarril del Oeste, frente a la actual Plaza Lavalle, en el predio limitado por las calles Cerrito, Libertad, Talcahuano y Viamonte, lugar que hoy ocupa con su imponente estructura.
Las obras comenzaron en 1889 y fueron tantas las vicisitudes de la nueva construcción que de los treinta meses previstos. se llegó a los dieciocho años de labor. La obra estuvo a cargo de la empresa constructora de los italianos Ítalo Armellini y Francisco Pellizzari.
En 1890, cuando la construcción apenas llegaba al primer nivel, falleció Tamburini, por lo que se hizo cargo de la continuación de la obra, su colaborador, el arquitecto italiano Vittorio Meano (1860-1904), formado en Turín.
En 1892 Meano introdujo cambios notables en el proyecto y continuó dirigiendo la obra, de lenta ejecución, hasta que en 1904 fue asesinado en un confuso episodio policial. Asumió entonces la dirección de la obra su discípulo el arquitecto belga Jules Dormal (1846-1924), a quien se deben las terminaciones interiores de refinada calidad y rica ornamentación.
Finalmente, pasados veinticinco años del cierre del primer Teatro Colón, ubicado en la Plaza de Mayo y luego de casi veinte años de construcción, aunque sin la totalidad de las obras terminadas, la administración y explotación comercial de esta Sala, se puso a cargo de la empresa que dirigía César Ciacchi.
Fue inaugurada el 25 de mayo de 1908, en ocasión de la función de gala, tradicional de esa fecha, con una puesta en escena de “Aída”, ópera de Giussepe Verdi, con Lcía Crestani y Amadeo Bassien en los papeles protagónicos, bajo la batuta de Luigi Mancinelli, después de haberse repetido por dos veces el Himno Nacional Argentino.
El nuevo edificio, orgullo de una gran ciudad que conformaba ya Buenos Aires en los años cercanos al Centenario de la Revolución de Mayo de 1810, estaba totalmente tratado según los lineamientos artísticos del Renacimiento francés presentando todos los elementos arquitectónicos de esa época.
El Teatro Colón de la ciudad de Buenos Aires es un “teatro de ópera”, que por su tamaño, acústica y trayectoria, está considerado uno de los cinco mejores del mundo.
Comparable a “La Scala de Milán”, a la “Ópera Estatal de Viena”, a la “Ópera Semper” de Dresde y a la “Ópera de París” es índice inequívoco de consagración para quienes se presentan en él y lugar ineludible para los amantes de la música. Ha sido desde siempre un Teatro muy querido por el público y por los artistas que han pasado por su escenario.
Es además, en rigor, junto con el “Palacio del Congreso” y la “Casa de Gobierno”, uno de los edificios históricos más representativos de la ciudad de Buenos Aires. El edificio es de estilo renacentista italiano, con ornamentación francesa, y llama la atención por su suntuosidad, especialmente “el foyer”, y la gran escalera.
Ocupa 8200 metros cuadrados –con una superficie total de 58.000 m²– tiene siete pisos u órdenes, que contienen 2.487 asientos, en los que se incluyen 632 plateas y además de albergar las instalaciones propias del Teatro, es la sede de su Ballet y Coro estables, de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, del Instituto Superior de Arte, de la Biblioteca y el Centro de Experimentación Musical, verdaderos semilleros de talentos que han dado prueba de la capacidad profesional y artística de sus egresados y empleados.
La entrada principal se encuentra sobre la calle Libertad, bajo una marquesina de hierro forjado, y conduce a un gran “Foyer” adornado por columnas con basamento de mármol rojo de Verona, recubiertas de estuco para imitar el mármol “botticino” y con aplicaciones de estuco dorado.
El hall, de 14 metros por 28, está coronado por un luminoso vitral en forma de cúpula a 25 metros del suelo, realizado por la casa Gaudin de París. El piso, con diseño de guardas y motivos decorativos, está cubierto por teselas de gres de forma irregular. La escalinata de entrada, construida en mármol de Carrara, está flanqueda por dos cabezas de león talladas en piezas únicas. Mármoles amarillos y rosados de Siena y Portugal dan distintos matices de color y textura a la balaustrada. Sucesivas escalinatas, enmarcadas en vitrales de Gaudin, llevan a los niveles superiores.
La Sala principal-una de las mayores del mundo- tiene 32 metros de diámetro, 75 de profundidad y 28 de altura en un entorno de estilo ecléctico, que combina expresiones del “neorenacentismo italiano” y francés, con una rica decoración en dorado y escarlata. Dividida en siete niveles, tiene capacidad para 2487 espectadores sentados y alcanza los 3000 si se incluyen los parados. El escenario tiene 35 metros de profundidad por 34 de ancho y la boca de escena es una de las más grandes en los teatros con forma de herradura a la italiana.
Rodeando la Sala, puede verse el gran hall de entrada (“Foyer”), el Salón Dorado, el Salón de los Bustos, el Salón Blanco y el Museo que alberga los trajes utilizados por algunas de las figuras que pasaron por el teatro. La platea está formada por 632 butacas de hierro forjado y madera, tapizadas en pana y dispuestas en 22 filas, divididas en dos por un corredor central.
La araña es un gran “plafonier” de bronce en semiesfera, de siete metros de diámetro y 1.300 kilos de peso, que, ilumina la Sala con 720 lámparas de 25 wats cada una y un centenar de apliques de bronce con tulipas de diseños variados y numerosas cajas con luz indirecta, sumados al rojizo y fresa de la tapicería y al oro pálido y marfil antiguo de los elementos de decoración, otorgan a la sala un tinte cálido y acogedor. Sus luces se encendieron por primera vez cuando se inauguró el Teatro el 25 de mayo de 1908
Desde las entradas laterales hasta el escenario hay, a derecha e izquierda, sendas filas de cinco palcos “baignoire” o “grillés”, construidos bajo el nivel de la platea y cerrados por una reja removible de bronce. Utilizados originalmente por el sector del público que guardaba luto o no quería ser visto, esos recintos -que el arquitecto Meano llamaba «palquitos con reja»- albergan hoy cabinas de grabación de audio y video, así como de retransmisión de los espectáculos por radio o televisión.
Estas grabaciones forman parte del archivo del Colón, que contiene buena parte de la memoria viva del teatro, y están ahora disponibles para los melómanos del mundo.
Desde la platea se elevan tres niveles de palcos: bajos, balcón y altos. Construidos a la francesa, abiertos y con divisiones bajas, una cortina de brocato de seda color rosa viejo los separa de su antepalco, amueblado con banquetas, espejos y percheros.
Los pisos superiores reciben los nombres de cazuela (con espacio de pie, tradicionalmente destinado a las mujeres), tertulia (con espacio de pie para hombres), galería y paraíso. A las localidades con asiento se suman más de mil quinientos lugares para espectadores de pie, distribuidos en esos cuatro niveles.
El escenario. Está construida con curva “a la italiana”, en forma de herradura algo alargada. Tiene 75 metros de largo total, con 38 metros desde el fondo de la platea hasta el telón. La sala reúne las características ideales de la resonancia italiana y la claridad francesa, rasgo que ha convertido al Teatro Colón en el favorito de muchos artistas.
La cúpula original de 28 metros de altura, que fuera obra de Marcel Jambón, en colaboración con el pintor argentino Casimiro Mella, se dañó debido a filtraciones y humedades en 1930, por lo que tuvo que ser renovada, tarea que en 1966 se le encomendó al pintor argentino Raúl Soldi, que es la que actualmente luce.
Salones y Foyer. El tradicional paseo que puede realizarse durante los intervalos, permite la visita a los grandes salones del Colón.
El “Salón de los Bustos”: decorado con bustos de compositores realizados por el escultor Luis Trinchero y con el importante grupo escultórico llamado «El secreto», de Eberlein, comunica con el Salón Blanco, un ámbito de estilo renacimiento francés, que se trata del antepalco de la platea- balcón en funciones oficiales y se utiliza frecuentemente para reuniones formales, conferencias y agasajos. Dos grandes galerías, coronadas por vitrales, ofrecen una vista amplísima del hall de entrada y conducen de la Galería de los Bustos y al Salón Dorado.
Salón Dorado, de inspiración francesa, reminiscente del Grand Foyer de la Ópera de Paría”. El dorado a la hoja de su decoración, las columnas talladas, las arañas, los vitrales de Gaudin, con imágenes de Homero y Safo y el refinadísimo mobiliario son reflejados por una sucesión de espejos que potencia su fastuosidad. Convertido ya en una sala con vida propia, el Salón Dorado es centro permanente de conciertos de música de cámara, conferencias y exposiciones paralelas a la actividad de la sala, con entrada libre y gratuita.
Los Talleres del Teatro Colón, un sector que conforma un mundo extraordinario. Uno de principales atractivos para los turistas que llegan para revivir en ellos, las innumerables leyendas y anécdotas que se han tejido a su alrededor, vinculadas con las proezas creativas que han salido desde ellos, caprichos de las “divas”, historias de romances y secretos no revelados.
En ellos, que albergan también la carpintería, la sala de tramoyas y las parrillas para iluminación, se diseñan y se arman los telones, elementos escenográficos, vestuarios, decorados, utilería y todo lo necesario para una puesta en escena completa. Y son, junto con la sastrería, la peluquería y el depósito de pelucas, otras de las sorpresas que guardan entre sus paredes, haciendo del Teatro Colón una Sala de Teatro única de entre sus pares del mundo, según lo expresa el musicólogo y crítico Napoleón Cabrera.
Después de su inauguración continuaron las obras y se siguió trabajando en detalles y en los interiores hasta después de 1910. El 5 de setiembre de 1908 fue estrenada en esta nueva sala, la ópera “Aurora” del compositor argentino Héctor Paniza.
Teatro Coliseum (1865)
El Teatro Coliseum fue inaugurado el 29 de noviembre 1865 en la calle del Parque (hoy Lavalle) 836, frente a la casa de Dardo Rocha. Construido para los conciertos de Sociedad Alemana de Canto por Hunt & Schroeder, tenía capacidad para 500 personas y estaba iluminado con tres grandes arañas a gas.
A pesar de sus pretensiones como sala dramática -decía en el frente en latín «Artibus et Musis»- terminó siendo un salón de baile y luego pista de patinaje, deporte introducido por Guillermo H. Huntley, que fue arrendatario de la Sala.
En 1912 fue adquirido por Francisco Borrazás hasta que el empresario Max Glücksmann se hizo cargo de él y lo sumó a su imperio (integrado por el “Palace Theatre”, de Corrientes 757, el “Petit Palace”, de Libertad 976, el cine “Ópera” -que luego pasaría a llamarse “Porteño”, al lado del teatro homónimo en Corrientes 846)
El antiguo “Coliseum” entonces, fue derrumbado casi en su totalidad y el nuevo edificio se inauguró en 1913, llamándose ahora “Electric Palace”, una sala dedicada a la exhibición de películas cinematográficas y destinado a ser, por el lujo y la tecnología aplicados en su construcción, un emblema de este próspero y poderoso imperio.
El Teatro de la Alegría (1870)
Se inauguró el 23 de mayo de 1870 y se encontraba en la calle Chacabuco 151 de la actual numeración. Ese mismo solar, lo ocupó más tarde y hasta su desaparición, la popular revista “Caras y Caretas”.
Teatro Ópera (1872)
La idea de construir el Teatro Ópera en Buenos Aires, surgió en 1870 cuando el empresario Antonio Pestalardo convenció a su amigo Roberto Cano (hijo de Carmen Díaz Vélez de Cano, e inversor del teatro Alegría), de que en la calle Corrientes, en aquel entonces “tan angosta y alejada del centro”, resurgiría con la presencia de un teatro.
Adquirieron para ello un terreno ubicado en Corrientes 860, entre Suipacha y Esmeralda, que era propiedad de Carmen Díaz Vélez de Cano y que ocupaba una cochería propiedad de Vicente Collini.
Contrataron al arquitecto Emile Landois, quien les presentó unos viejos planos que él mismo había trazado para el viejo Teatro Colón y había dejado ya en el olvido, pero que entusiasmaron a Pestalardo y Cano.
Su proyecto tuvo muchos inconvenientes, ya que al año siguiente, habiendo comenzado ya las obras, estalló la epidemia de fiebre amarilla y a las trágicas consecuencias que trajo ésta, debieron sumarse los problemas que debido a la clausura del Puerto de Buenos Aires, se presentaron para disponer de los materiales que se habían comprado en el exterior, las dificultades para encontrar obreros, con las familias diezmadas por la peste y el desgarrador estado anímico de la sociedad porteña.
Finalmente, superando todos estos inconvenientes y otros que surgieron en el transcurso de su construcción, el Teatro Ópera fue inaugurado el 25 de mayo de 1872, con la presentación de la ópera “Il Trovarore” de Giuseppe Verdi.
Apareció así un nuevo polo de actividad cultural en la ciudad de Buenos Aires; totalmente alejado del centro de la ciudad en la entonces Corrientes angosta, entre Suipacha y Esmeralda.
Esta primera versión tenía una fachada italianizante, sobre la línea municipal, adornado por faroles de hierro, rematada por un frontispicio griego y con molduras muy elaboradas, abundantes texturas. Fue pionero en ofrecer antepalcos “para guardar abrigos y sombreros” y el primero de la ciudad que contó con iluminación a gas, una excepción para la época (la iluminación a gas, tanto de la Sala como del escenario, se producía por medio de un gasómetro ubicado en el subsuelo, ya que en esa época, Buenos Aires todavía no contaba con red pública de alumbrado.
Su irrupción en la noche porteña, compitiendo en programación con el viejo Teatro Colón, fue un duro golpe para los beneficios que le deparaba a este, su hasta en ese momento, indiscutido liderazgo derivado de su exclusividad, ya que a partir de entonces, sobre el escenario del nuevo Teatro Ópera comenzaron a presentarse las más destacadas estrellas de la lírica, de la música y del teatro nacional y extranjero: Fue el teatro con la programación más esplendorosa de la ciudad,
En 1889 el “Teatro Colón” suspendió sus actividades y el empresario Roberto Cano y su nuevo socio Rufino Varela, en ese entonces a cargo de la sala, porque Pestalardo, había decidido retirase, aprovecharon la oportunidad que dejaba la clausura de este que había sido un molesto competidor y decidieron reformar por completo su teatro, para convertirlo en lo que fue durante años: el coliseo más elegante de la capital, un lugar relevante en la escena porteña y el principal teatro de ópera de la ciudad.
Convocaron para ello a Julio Dormal, quien le dio al edificio un aspecto francés estilo beaux arts, ocupando una superficie de 2.500 m2. y lo convirtió en el más lujoso de la época. Tanto en lo exterior como en lo interior el edificio adquirió un estilo que podría decirse francés: «fin de siècle o Beaux Arts».
La nueva fachada tenía un frente mucho más recargado que el anterior, con molduras muy elaboradas y abundantes texturas trabajadas en columnas y superficies. y presidido por cuatro columnas de doble altura con capiteles corintios, con arcos de medio punto en los vanos
La Ópera o el Teatro de la Ópera (que era como se lo llamó a este tercer teatro Ópera), fue inaugurado el 16 de Mayo de 1889. Sus cinco grandes portones de madera conducían al foyer, que era opulento, con una recargada decoración que se lucía tanto en el elaborado artesonado del cielo raso, como en las molduras y papeles tapices de los muros y los cerámicos de los pisos. Intrincadas arañas de hierro iluminaban todo el vestíbulo.
La sala, igualmente opulenta y con forma de herradura (como los teatros líricos de Italia) era de mediano volumen con butacas de terciopelo haciendo juego con los cortinados en todas las aberturas y circundada por cinco bandejas de palcos, antepalcos (toda una novedad ya que era la primera vez que los asistentes a un espectáculo, tenían donde dejar depositados sus abrigos), una inmensa araña de luz y una cúpula pintada con frescos, fue la sala más lujosa de aquellos años.
Contaba con usina propia, por lo que fue el primer Teatro de Sudamérica en tenerla y tan importante fue su capacidad, que en 1889 facilitó cables a la intendencia municipal para que por primera vez el pueblo celebrara, la fecha patria a la luz de lámparas eléctricas.
Cuando reabrió el Colón en 1908, se inició un período de dura competencia que se mantuvo durante algunos años, pero luego le llegó la decadencia como escenario lírico y se abocó a los géneros más livianos. En 1935, Cano vendió la sala a Clemente Lococo que lo demolió. En un récord de nueve meses, el arquitecto belga Alberto Bourdón levantó el edificio Art Déco que llegó hasta nuestros días como cine y teatro Ópera.
Abrió en 1936, justo cuando Corrientes se estrenaba como avenida, dejando en el olvido a otro hermoso edificio que supo ser orgullo de Buenos Aires, donde actuaron Edith Piaf, Mina Mazzini, Fairuz, el Lido y el Folies Bergère entre otras figuras del espectáculo.
Teatro Casino (1885)
En el solar ubicado en la calle Maipú 326, donde funcionaba una fábrica de coches hasta 1885, tuvo su origen el Teatro Casino, una sala que tuvo dos etapas en su existencia.
Durante su primera etapa, inaugurada a fines de 1885, era una pequeña construcción sin gran valor arquitectónico que presentaba una fachada de estilo morisco (arquitectura islámica) y además de la sala para 700 espectadores contaba con galerías, salones y confitería. Era por otra parte, una Sala menor dedicada a conciertos y variedades.
El segundo Casino fue inaugurado en 1892, ocupando un nuevo edificio proyectado por el Arquitecto José Arnavat y en 1905 hubo una tercera construcción que tuvo la particularidad de que se llevó a cabo sin interrumpir las representaciones del primitivo teatro. Para ello fue contratado el ingeniero Domingo Selva, quien se valió de un ingenioso sistema de construcción que permitió que no se tuvieron que interrumpir las funciones que alli se realizaban (ver Antiguo Programa del teatro Casino).
Durante la primera etapa, la Sala estaba dedicada a conciertos y variedades. La segunda etapa, ya en su remozado edificio dejó de lado la música lírica y puso más énfasis en la presentación de espectáculos teatrales con gran despliegue coreográfico, por lo que muchas veces fue mentado como el “el Folies Bergères de Buenos Aires”.
Funcionaba por las noches durante todo el año y los espectáculos eran casi siempre muy variados, figurando en sus programas bailes -como el can-can, como pieza principal, “chansonettes”, “vaudeville”, malabaristas, magos, ilusionistas y acróbatas, entre otros.
Fue también la primera sala del país en utilizar el sistema de proyección cinematográfica llamada cinemascope, ofreciendo espectáculos en Cinerama, un sistema que empleaba tres proyectores de 35 mm. Para proyectar imágenes al unísono, sobre una pantalla grande y cóncava, que daba gran realismo a las escenas. El “Teatro Casino” fue demolido en la década de 1960 y en su lugar hoy hay una Playa de Estacionamiento.
Teatro San Martin (1887)
En antiguo Teatro San Martín, no nació como teatro, pero el destino así lo quiso. En 1870 el ciudadano francés radicado en Buenos Aires, TAUBAN D’ETIENNE construyó un edificio en la calle Esmeralda 247, entre Sarmiento y Cangallo (actual Presidente Perón) para destinarlo a pista de baile y a la presentación de diversos espectáculos de “varieté”, cumpliendo así sus deseos de ofrecer a la colectividad francesa, un lugar para su esparcimiento al modo de los que existían en su Francia natal.
Tuvo poco éxito, por lo que el edificio fue vendido a Luis Ghiglione, que lo convirtió en una pista de patinaje (“skating ring” se llamaba), pero tampoco a él las cosas le fueron bien. La competencia de una pista más grande y exitosa que se construyó en el Coliseo, lo fue dejando sin clientes y decidió cambiar de rubro.
En 1879 reconvirtió su Sala para presentar espectáculos circenses y la llegada del payaso norteamericano Frank Brown en 1884 le trajo por fin el triunfo que buscaba. La simpatía, sus exitosos números de malabarismo y acrobacia combinados con la actuación de animales amaestrados, hicieron que se formaran largas colas en las boleterías del Teatro San Martín.
Y con el éxito vino el dinero, por lo que don Ghiglione se lanzó a construír una nueva sala para su teatro. Esta vez tenía capacidad para albergar 3.5000 espectadores y la inauguró el 4 de julio de 1887.
Pero parece que el destino que le aguardaba a ese lugar, no era el apetecido. Un feroz incendio lo destruyó casi totalmente el 2 de setiembre de 1891, causando la muerte de un artista y la pérdida de 300.000 pesos. Don GHIGLIONE no se entregó y el 25 de mayo de 1892 reabrió su Teatro con grandes cambios en el aspecto del edificio, sobre todo en su fachada, foyer y sala, que fueron construidos a todo lujo.
Allí fue donde se presentaron los más famosos artistas que venidos desde los más diversos lugares del mundo, engalanaron sus noches con espectáculos de gran jerarquía. Por su escenario desfilaron el transformista Leopoldo Frégoli, el concertista Rafael Kubelik, Regina Pachini (luego de Alvear), Angelina Pagano y los hermanos Podestá entre otros muchos.
Pero parece que los argentinos no cuidamos nuestro pasado, el viejo Teatro San Martín terminó sus días como cine y finalmente fue demolido en 1968, vaya a saberse porqué.
Teatro Andrea Doria (1887)
Bien de barrio, fue el primer teatro de la periferia. Fue el antecedente del Teatro Marconi.. Un recinto consagrado a la ópera y la zarzuela, pomposamente llamado Teatro Doria, aunque se decía que era el “El teatro de los italianos pobres”: su valor era mucho menor al de los establecimientos de ese género que se distribuían en el corazón cultural de la ciudad de Buenos Aires.
Lo fundó un empresario italiano admirador del almirante genovés Andrea Doria y estaba ubicado en la avenida Rivadavia al 2380, entre Pichincha y Matheu, pleno barrio de Balvanera, cuna de inmigrantes italianos, donde hoy se levanta una torre de departamentos.
En su inauguración, el 13 de agosto de 1887, era un simple barracón de madera, al que acudían casi exclusivamente los puesteros y peones del Mercado Rivadavia que estaba enfrente, haciendo competencia, en cuanto a la calidad de público, al teatro “Eldorado” vecino al “Mercado Lorea”.
“Sucio por dentro y feo por fuera”, puede uno imaginarse lo que sería aquello en una noche de verano, cuando se daba, por ejemplo, una bulliciosa “Aida” o un trágico “’Otello”, lleno de carniceros y feriantes, en mangas de camisa, fumando tremendos toscanos y escupiendo a diestra y siniestra”.
Dedicado a compañías líricas de segundo orden; fue distinguido popularmente, con el apodo de “el Colón del Oeste”, aunque algunos lo denominaban de manera peyorativa “el galpón” por su estructura interna y techo “a dos aguas”. Recibía compañías líricas discretas, excedía la periferia del círculo teatral de entonces y se lo reconoce por llevar espectáculos culturales a las comunidades más desplazadas. Era, en fin, un teatro de y para italianos pobres, donde por unas pocas monedas se podía acceder a una entrada, ya que el valor de las localidades era mucho menor que en las grandes salas teatrales del centro (“El Coliseo”, “el Opera” y el “Colon”).
En 1901, pese a la aceptación popular de la que gozaba, los ingresos no le eran suficientes para subsistir y aprovechando una oferta del empresario, su propietario, Silvio Giovanetti le vendió su ya desactivado tinglado al empresario Guillermo Bonomi, que terminó de hacerlo escombros, para construir en ese mismo lugar, el Teatro Marconi.
Teatro Argentino de La Plata (1890)
El Teatro Argentino de La Plata, provincia de Buenos Aires, es un complejo artístico-cultural, que contiene una de las Salas Líricas más destacadas del mundo. Se encuentra emplazado en la manzana delimitada por las calles 9 y 10 y las avenidas 51 y 53, de la ciudad de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires.
Cuando el ingeniero francés Pedro Benoit, a pedido del doctor Dardo Rocha, diseñó el trazado de La Plata (fundada el 19 de noviembre de 1882), entonces futura capital de la provincia de Buenos Aires, olvidó destinar un espacio para el desarrollo de actividades artísticas.
Pocos años después, un grupo de vecinos compró el terreno comprendido entre las avenidas 51 y 53 y las calles 9 y 10 con la intención de construir allí un centro de arte. Así, el 19 de noviembre de 1882 se constituyó la “Sociedad Anónima Teatro Argentino”, que después de adquirir las tierras en 1885, el 14 de julio de ese mismo año, le encomendó al arquitecto italiano Lepoldo Rocchi el proyecto del edificio.
Rocchi ideó una estructura según los modelos de su país, dotando a la construcción de un estilo renacentista y diseñó una planta con forma de herradura. La sala lírica ocupaba cinco niveles con palcos y galerías, pudiendo albergar hasta 1.500 espectadores.
Las obras comenzaron en 1887 y el 19 de noviembre de 1890 se inauguró con la puesta en escena de una versión de “Otello”, la ópera de Giuseppe Verdi. La soprano italiana Elvira Colonnese, el tenor uruguayo José Oxilia, el barítono Pietro Cesari y la mezzo Margarita Preziosi encarnaron los papeles centrales de la ópera.
El Teatro fue así el más antiguo del país, ya que el Teatro Colón de Buenos Aires, fue inaugurado recién en 1908. Hasta 1910 el Teatro Argentino de La Plata, vivió una época de oro. El público pudo apreciar óperas, operetas, zarzuelas, ballets clásicos y danzas nativas, música sinfónica, coral y de cámara.
Desde sus inicios, el “Argentino” fue patrimonio incuestionable de nuestra cultura, pues pasaron por él, los más famosos protagonistas del arte y la cultura del mundo y las expresiones más destacadas de la ópera, la música y la danza.
Recordando que actuaron allí, el compositor Richard Strauss, pianistas de la talla de Arthur Rubinstein, Friedich Gulda, Claudio Arrau o Witold Malcuzynsky, violinistas como Yehudi Menuhin y Jasha Jeiftz, cellistas como Pablo Casals, el ballet ruso del coronel De Basil,
bailarinas como Ana Pavlova, Alicia Alonso, Tamara Tumanova, cantantes como Marian Anderson y Beniamino Gigli, orquestas de la talla de la Filarmónica de Viena, de Cámara de Munich y de Zurich y directores de la categoría de Xavier Santero, Donato Tachella y Eduardo Boccalari, sin olvidar que ocupando su escenario dieron sus conferencias Albert Einstein y Vicente Blazco Ibáñez, entre otros, podrá comprenderse la exacta valoración que tuvo esta Sala en la consideración del mundo de la cultura.
Pese a estos clamorosos sucesos que tuvieron una cálida recepción por parte de un numeroso y entusiasta público, la “Sociedad Anónima Teatro Argentino” debió enfrentar graves dificultades financieras, que desembocaron en el remate público del edificio, en 1910.
Se inició entonces un litigio judicial que duró hasta 1937, cuando el gobierno provincial tomó posesión del Teatro para relanzarlo como tal. Ya bajo la órbita de la Dirección de Cultura de la provincia de Buenos Aires, en 1938 se crearon la Orquesta y el Coro estables y en 1946, el Cuerpo de Baile, dependencias que aún hoy continúan con su labor formativa.
Pero parece que las desgracias no iban a terminar nunca, porque en 1977, un desperfecto eléctrico originó un voraz incendio que destruyó completamente la Sala Lírica y el escenario del Teatro, mientras que el “foyer” y la zona perimetral, donde estaban las secciones técnicas quedaron salvados.
Los casi 90 años de trayectoria cultural y artística, parecieron llegar a su fin a las 14,15 horas de aquel 18 de octubre de 1977, mientras ensayaba el ballet estable del Teatro. El fuego se inició en la zona del escenario y rápidamente se propagó hasta la sala lírica y otros importantes sectores del edificio, como salas de ensayo y talleres de producción técnica.
La gran combustibilidad de los elementos alcanzados por las llamas determinó que el fuego se extendiera con tal rapidez que resultó inútil todo esfuerzo destinado a dominar el siniestro y sólo quedaron de pie la estructura perimetral del edificio, el «foyer» y el hall de entrada.
El origen de aquel incendio fue siempre motivo de dudas para algunos y de certezas para otros. Mientras que la versión oficial, asegura que fue producto de un desafortunado accidente» (un cortocircuito que se habría producido en el tablero de luces), muchos son los que aseguran que el incendio fue intencional.
No existen pruebas documentadas que confirmen a ninguna de estas dos versiones, pero abundan los testimonios de distintos actores que vivieron aquella fatal jornada y que se aferran fuertemente la segunda versión. Están entre ellos, quienes aseguran que hubo más de un foco de fuego en el escenario, lo cual sería una evidente prueba de la intencionalidad.
También se dice que la guardia de bomberos que trabajaba en el Teatro, aquel día habría estado ausente. Se conocen también testimonios de bomberos que participaron en el combate del fuego, que aseguran que en aquellas circunstancias, esperaban el arribo de cuatro dotaciones para combatir el incendio, pero que llegaron dos y estas dos que llegaron, habrían demorado mucho en hacerlo, teniendo en cuenta la poca distancia existente entre el cuartel de bomberos y el Teatro Argentino en aquellos años.
Concluiremos diciendo a este respecto, que en suma, los testimonios son en una inmensa mayoría, favorables a la hipótesis del incendio intencional, aunque no hay ninguna teoría acerca del fin que se buscó con ello.
“Fue un día lamentable para todos, evocó en cierta oportunidad el que fuera Director general del Teatro Argentino, José Mella. “Yo estaba en el edificio y recuerdo muy bien cómo se originó. En el primer momento no podía creer lo que estaba ocurriendo. Hubo un cortocircuito, se prendió fuego una tela, después otra, y otra.
Todo el escenario estaba en llamas, luego el fuego pasó a la platea y esto motivó que se cayera la cúpula central. Nosotros salimos por los pasillos de los camarines del segundo piso y llegamos hacia el otro lado del Teatro. Al salir, vimos un montón de gente llorando. Nadie podía creerlo».
Algunos testigos de la conflagración recuerdan a los bailarines, que en ese momento estaban ensayando, arrojándose por las ventanas y los circunstanciales transeúntes que corrían a auxiliarlos mientras llegaban el cuerpo de bomberos y las ambulancias. Mientras unas dotaciones combatían el incendio, otras mojaban permanentemente la playa del Automóvil Club, conjurando un grave peligro: la posibilidad de que estallaran los tanques de combustible.
Reducidas a cenizas sus instalaciones, ni el fuego pudo apagar el entusiasmo que generaba su presencia. Fueron las salas del antiguo cine Rocha y del Anfiteatro Martín Fierro los ámbitos donde pudo proseguir el desarrollo de sus actividades y maestros de la danza tales como Julio Bocca, Maximiliano Guerra, Iñaki Urlezaga, Eleonora Cassano, Raquel Roseta, Silvia Bazilis, Cecilia Kerche, Guido de Benedetti y Raúl Candal; el violinista Alberto Lysy; los pianistas Martha Noguera, Karin Lechner, Sergio Tiempo, Vladimir Bakk o Ralph Votapech y cuerpos artísticos de destacada trayectoria internacional, se presentaron en estos escenarios.
Pasaron 22 años y el Teatro Argentino resurgió de sus cenizas. Mediante la voluntad, el esfuerzo y el trabajo de funcionarios, profesionales y vecinos solidarios, pudo ser reconstruido conservando la calidad, funcionalidad y esplendor de sus instalaciones. Fue reinaugurado el 12 de octubre de 1999 y desde allí sigue irradiando su luz en el mundo de la cultura y el arte .
Teatro de la Comedia (1891)
El Teatro de la Comedia estaba ubicado en la calle De las Artes (hoy Carlos Pellegrini) 248, justo frente al antiguo Mercado del Plata, cuando esa calle y su cercana Corrientes (conocida en esa época como “la calle que nunca duerme”), eran las preferidas de los noctámbulos, debido a la presencia de numerosos locales de diversión y de “teatro alegre”. Era el “Montmartre» porteño”.
En sus comienzos, desfilaron por su escenario, las grandes figuras del género chico español: Julio Ruiz, Enrique Gil, Rogelio Juárez, Félix Mesa y Abelardo Lastra, pero más tarde, se volcó a difundir obras de autores nacionales. Allí se estrenó, en 1903 con gran suceso “M’ hijo el dotor”, de Florencio Sánchez, una obra que hizo historia en la identidad teatral de los argentinos y “Jetattore”, de Gregorio de Laferrere, otra pieza que aún hoy se representa con gran éxito.
Al igual que el Teatro del Pueblo (Carlos Pellegrini 340), el Sarmiento (Cangallo 1040) y el Buenos Aires (Cangallo 1053), fue demolido en 1931, cuando se abrió la Av. 9 de Julio.
Teatro Odeon de Buenos Aires (1891)
El antiguo Teatro Odeón, fue construido en 1891 por iniciativa del empresario cervecero de origen alsaciano Emilio Bieckert. Inaugurado en 1892 con la presentación de “La Dama de las Camelias”, de Alejandro Dumas hijo, pronto se convirtió en uno de los teatros más importantes de la ciudad durante el siglo XX y un símbolo de la cultura argentina.
Estaba ubicado en la calle Esmeralda 367, casi esquina Corrientes, en el lugar donde antes había existido el Teatro Edén y hasta su demolición en 1990, formaba parte, junto con los teatros Ópera y Gran Rex, el conjunto teatral que le dio identidad a la avenida Corrientes, en la ciudad de Buenos Aires.
Proyectado por el arquitecto alemán Ferdinand Moog con estilo italianizante, el edificio tenía detalles eclécticos como pináculos góticos, heredados de la cultura germana, propia de Moog y del mismo Bieckert.
El edificio, cuya construcción demandó un año, tenía forma de una herradura y además de locales comerciales ubicados en su planta baja, albergaba el Teatro Odeón, el “Royal Hotel” (imagen), propiedad de Ludovico Schaefer, que funcionaba en sus dos pisos superiores (con acceso por Corrientes y por Esmeralda) y en el local de la ochava, al restaurante “Royal Keller”
El Teatro, tenía acceso por la calle Esmeralda, capacidad para 1800 espectadores, distribuidos en plateas, cazuela, paraíso y 65 palcos (con sus correspondientes antepalcos, dispuestos en dos galerías); además de los exclusivísimos cuatro palcos “avant-scene”, dos a cada lado del escenario y fue la sede de numerosos eventos culturales de importancia, por lo que, durante muchos años fue considerado el escenario preferido por la sociedad porteña.
Allí actuaron la española María Guerrero y su esposo, Don Fernando Díaz Mendoza, quienes debutaron en las tablas del Odeón con la obra “La niña boba” y se presentó “Madame Lynch”, la primera comedia musical argentina.
Actuaron sobre su escenario Margarita Xirgú, Lola Membrives, Libertad Lamarque, Nuria Espert y Niní Marshal, Jean Louis Barrault, Diana Torrieri y Vittorio Gassman. Luigi Pirandelo Carlos Gardel, Astor Piazzola y Osvaldo Pugliese, María Tubau, Caren Cobeña y André Antoine, Enrique Borrás, Leopoldo Lugones y Wilhelm Kempff, entre otros grandes
El 26 de julio 1896 se realizó la primera proyección cinematográfica en la República Argentina y los porteños, entre los que se encontraban el austríaco Max Glücksmann, el francés Eugenio Py y el belga Henri Lepage, pioneros de la actividad cinematográfica en el país, pudieron ver “La llegada del tren” y el año siguiente tuvo lugar en su sala el Congreso que decidió la candidatura de Julio Argentino Roca para su segunda presidencia.
Pero el Teatro Odeón comenzó a sufrir las consecuencias de la competencia de nuevas y más modernas salas, de la ingratitud de sus públicos, de la modernidad y el desarrollo tecnológico de la actividad teatral y cinematográfica y luego de un efímero resurgir que se produjo en 1883, empezó a apagarse su estrella.
En 1985 por el interés cultural y arquitectónico que representaba, fue declarado edificio protegido, según la Ley 14.800 de 1959 que declaraba de interés nacional la actividad teatral. Pero con el paso de los años el edificio siguió reformándose y degradándose, con agregados modernos como una gran marquesina para la cual se destruyó parte de la fachada.
A fines del siglo XX, el frente del teatro ya presentaba un estado de abandono y fuerte deterioro, habiendo perdido mucha ornamentación original y sus pisos superiores ruinosos, por lo que, a principios de la década del 90 durante la gestión de Carlos Grosso como Intendente de la Ciudad de Buenos Aires, se dejó sin efecto esa protección y se autorizó la demolición del teatro, lo que fatalmente se produjo en 1991, ocupando el espacio que dejaba una moderna Playa de Estacionamiento para vehículos.
Teatro Argentino (1892)
En 1834, el antiguo «Teatro Coliseo Argentino», inaugurado en 1804, en Buenos Aires, fue totalmente remodelado y siguió ofreciendo sus espectáculos ahora como “Teatro Argentino” o “Coliseo Argentino” (imagen).
En el año 1873, el empresario MELCHOR RAMS, compró la propiedad, demolió las instalaciones y edificó allí un pasaje al que, como recuerdo, dio el nombre de “Pasaje del Teatro Argentino, obra que fue demolida en 1873.
En 1892 el antiguo “Teatro Coliseo Argentino” resurgió nuevamente. Fue inaugurado el 25 de mayo de ese año, esta vez como “Teatro de la Piedad” (imagen), dedicado especialmente a presentar espectáculos de Zarzuela y ubicado en Bartolomé Mitre 1448, por lo que también se lo conocía como el “Teatro de la Zarzuela”.
Era un Teatro chico, no apto para lírica y acabó presentando más espectáculos de magia y prestidigitación que de, zarzuela, ópera o drama. Por eso, en 1898, luego de una readaptación y cambio de funciones, pasó a llamarse nuevamente “Teatro Argentino”, ofreciendo espectáculos teatrales.
Allí actuaron Florencio Parravicini, pablo Podestá y Florencio Sánchez entre otros grandes del espectáculo. Fue una de las primeras salas del empresario Alejandro Romay, que puso en escena musicales como «El violinista sobre el tejado» y «Hair», la ópera rock por la que recibió varias amenazas de la Triple A.
En 1973, un día antes del estreno de otro suceso mundial, «Jesucristo Superstar», un comando armado incendió el teatro con bombas molotov. El productor había encarado un proceso de remodelación de la sala para la presentación de este musical, pero no pudo ser. El Teatro Argentino quedó hecho escombros.
Teatro Español de la ciudad de Azul (1897)
El Teatro Español de la ciudad de Azul, en la provincia de Buenos Aires, fue inaugurado a fines del siglo XIX e inició una intensa actividad, cuyo brillo fue como el de las luciérnagas y a principio de la década de 1970 comenzó a declinar.
Felizmente recuperado en 1978, cuando tras una larga agonía y a punto de desaparecer, casi destruido por el paso del tiempo y la desidia, fue salvado de un fin que no merecía, por un grupo de vecinos, que decididos a no dejar morir esta joya que enorgulleció a la ciudad de Azul y fue escenario de memorables veladas, se encargó de su reconstrucción.
Las dos etapas en la vida de este Teatro, muestran así, el valor que tiene para el desarrollo de una comunidad, la participación activa y el coraje de sus integrantes, para enfrentar los desafíos que les impone el destino. Su construcción había comenzado en 1894, un año después de que Azul fuera elevada a la categoría de Ciudad y fue inaugurado el 16 de enero de 1897, con grandes esperanzas para que fuera el polo de atracción cultural y turístico que la ciudad necesitaba para despegar de una monotonía que no le permitía crecer
Tenía una capacidad de seiscientas localidades. Una espléndida lucarna que pendía de su abovedado techo, una platea con auténticas sillas “thonet”, hermosos vitraux filtrando la luz, un escenario rebatible y una maravillosa acústica, fueron algunos de los detalles que calificaron a esta sala, como una de las más bellas y capacitadas técnicamente de las salas teatrales del país.
No bien levantó el telón, inició una intensa actividad artístico-cultural que trascendió largamente el ámbito de la ciudad. Para presenciar los espectáculos y funciones que allí se ofrecían, llegaba gran cantidad de público proveniente de localidades cercanas y hasta muchos de ellos de la misma Capital Federal, tal la fama que logró.
Solamente la mención de quienes actuaron en esta Sala durante sus primeros años de existencia, nos da idea del ímpetu y la jerarquía del programa de actividades que se le impuso y refleja tanto la importancia que tuvo la plaza, como la calidad de los espectáculos que pudo disfrutar el público durante las exitosas temporadas que se realizaron durante los primeros años de su existencia:
Ermete Zacconi, Margarita Xirgu, Carlos Gardel, Agustín Magaldi, Joaquín Pérez Fernández, Libertad Lamarque y Tita Merello, entre otros personajes de la escena y la música y hasta Luis Ángel Firpo, quien, en las postrimerías de su carrera, hizo algunas fintas y cruzó guantes en el mismo escenario, donde también actuaron José Gola, Elías Alippi, Pierina Dealessi, Chela Cordero y Enrique Serrano, iluminaron sus noches de gloria.
Pero cosas del destino. Inexplicablemente, comenzando la década de 1970, el Teatro se fue apagando. Vaya a saber cuál fue la causa o las causas que determinaron su ocaso. Fue languideciendo tristemente. Ya no hubo grandes figuras, no hubo público y finalmente, la realidad de una situación económica inestable, hizo que la Sala estuviera a punto de desaparecer definitivamente.
Empezaron a ser corrientes los “cierres temporarios”, las funciones casi sin público y la acumulación de deudas, hasta que todo se derrumbó y los propietarios del Teatro decidieron cerrarlo. Poco a poco, el paso del tiempo, la lluvia y el abandono, comenzaron a degradar este edificio que otrora fuera orgullo de la ciudad y que comenzó a ser refugio de alimañas y predadores.
Pero no estaba dicha la última palabra. Un grupo de vecinos, de la comunidad azuleña, no quiso que así fuera y logró que el telón volviera a alzarse y retornaran su noches de gala. Acompañados por grandes figuras de la escena nacional, actores, músicos y poetas se convocaron para reflotarlo y lograron el milagro.
Dirá el contador Carlos Filipetti, uno de los artífices de este rescate: “Antes de que no quedara nada, llegamos nosotros; fue una verdadera lucha, pero finalmente todo Azul entendió y entre todos pudimos salvar el Teatro»,
Una cruzada que realizó junto a muchos vecinos azuleños, que como la profesora Raquel de Paula de Roldán, Roberto Kober, Arnaldo Ludueño, Marcos Zucatto, Irma Gayani, Mario Ferrari, la escribana María Delia Prat de Cruz, Miguel Castellán y el arquitecto Carlos Fortunato, entre una legión de otros adherentes y aportantes, lograron reunir un millón y medio de dólares para reconstruir el Teatro.
En 1978 la Legislatura Provincial declaró al Teatro Español “Monumento Histórico Provincial” y esa fue la orden de partida para el gran desafío que habías asumido los azuleños. De inmediato se comenzaron las obras para su reconstrucción, que se iniciaron con la reparación del techo, para impedir goteras y filtraciones que causaran más daño a las ya muy afectadas sala y escenario.
Después, procurando salvar hasta el último tornillo que fuera recuperable, se fueron reparando pisos y paredes; se renovaron las aberturas cuyo estado era irrecuperable y por fín, los cortinados, muebles y sistemas fueron puestos a nuevo. Sólo había sido posible recuperar la lucarna original, cuatro vitrales y medio centenar de genuinas sillas “Thonet” (que se instalaron en la “tertulia”).
Finalmente, tras catorce años, el éxito coronó este esfuerzo realizado por toda una comunidad que entendió que era su responsabilidad, salvar este polo difusor de cultura y satisfacción estética:
El Teatro Español, se reinauguró el 12 de octubre de 1992, mediante un acto que formó parte de los festejos por el V Centenario del descubrimiento de América y hoy luce tan lozano y majestuoso como lo fue y quizás también nostálgico, por un pasado de gloria que no se olvida.
Teatro Marconi (1903)
El antecedente del Teatro Marconi, fue un recinto consagrado a la ópera y la zarzuela, pomposamente llamado Teatro Doria, aunque se decía que era el “El teatro de los italianos pobres”: su valor era mucho menor al de los establecimientos de ese género que se distribuían en el corazón cultural de la ciudad de Buenos Aires.
En 1901, pese a la aceptación popular de la que gozaba, los ingresos no le eran suficientes a su propietario, Silvio Giobanetti para subsistir y aprovechando una oferta del empresario del barrio, le vendió su ya desactivado tinglado al empresario Gerónimo Bonomi, dueño de la conocida y ya desaparecida bebida Amaro Monte Cúdine, quien que terminó de hacerlo escombros, para construír en ese mismo lugar, el Teatro Marconi.
Bonomi contrató los servicios del arquitecto Juan Bautista Arnaldi, quien efectuó el diseño de un nuevo edificio rebautizándolo con el nombre de otro italiano famoso Guillermo Marconi (1834-1937), inventor de la telegrafía sin hilos.
El Teatro fue inaugurado el 24 de diciembre de 1903. Tenía capacidad para 450 espectadores ubicados en 300 plateas y 36 palcos. En sus primeros tiempos fue un teatro dedicado a la Ópera. Aunque su ubicación un tanto alejado del centro, le restaba trascendencia, se especializó en presentar artistas de segundo orden, actitud que con el tiempo le permitirá constituirse en un semillero del Teatro Colón, llegando a ostentar con sus 1.063 butacas el título de “Catedral Chica de la Lírica”.
En su escenario se presentaron las grandes artistas del espectáculo regional italiano del momento. Desde el genovés Gilberto Govi, hasta Nunziatta Cazzolino, pasando por el extraordinario cómico Ettore Petrolini y figuras como Clara Della Guardia, Lydia Borelli, Emm Gramática, Leopoldo Frégoli, Fátima Miris, Franca Boni, Alba Regin, Italo Bertini, Aída Arce y Jan Kiepura que hicieron las delicias del público, sin olvidar las memorables temporadas líricas ofrecidas por el tenor Pedro Novi, protagonizando el rol principal de “La Traviata”, “Il Trovattore”, “Caballería Rusticana” y “Rigoletto”, o la actuación de estrellas nacionales como Blanca Podestá, Francisco Charmiello, Luis Arata, Tomás Simari, Enrique de Rosas y Andrés Cordero ni la representación, para Semana Santa, del drama sacro “La Pasión”, o de las obras de Samuel Eichelbaum, Alejandro Berutti, Enrique Guastavino, César Tiempo y Claudio Martínez Paiva
El Marconi, fue alcanzado por la piqueta destructora en el año 1967, haciendo añicos una estructura que fue orgullo de Buenos Aires y acallando para siempre las voces de esa entusiasta colectividad italiana que supo gozar con sus espectáculos, por espacio de 64 años.
Ninguno de los dos. Ni el Doria ni el Marconi, que como se ha dicho “han sido símbolos del teatro plebeyo por excelencia: uno, como un simple y humilde teatrillo de barrio, frecuentado sólo por compañías de verano, baratas y mal trajeadas y el otro, ofreciendo ya en un opulento y magnífico edificio, inolvidables veladas de teatro y ópera, con la presentación de grandes figuras de la escena, merecía el fin que el destino y la indiferencia por nuestro patrimonio arquitectónico, le deparaban.
Teatro Circo Coliseo (1905)
El 5 de agosto de 1905, abre sus puertas en la calle Charcas de la ciudad Buenos Aires, el Teatro Coliseo. La historia del actual Teatro Coliseo, se remonta casi a fines del siglo XIX, cuando esa calle se llamaba Charcas y en ese lugar estaba el “Columbia Skating Ring”, una pista de patinaje, que estaba de moda en ese entonces.
Ubicado en la actual calle Marcelo Torcuato de Alvear 1125, en el barrio Retiro, de la ciudad de Buenos Aires, hoy ocupa un edificio que no es el original y su historia comienza el 10 de noviembre de 1903 cuando el Presidente de la Sociedad Central de Arquitectos, Alejandro Christophersen, informó a los socios de la Entidad, la apertura de un concurso abierto para la construcción en ese lugar, de un teatro estable, para presentar espectáculos circenses.
La leyenda cuenta que había sido el célebre payaso inglés Frank Brown, admirado por Domingo Faustino Sarmiento y Rubén Darío, el generador de la idea y que para ello, le había solicitado los fondos necesarios a su amigo, el banquero franco-argentino Charles Seguín (el mismo que financió la construcción del Chantecler, del teatro Casino, el Maipo y tantos otros).
La obra le fue adjudicada al arquitecto alemán Karl Nordmann, quien llegó al país en 1883 contratado por el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, para la dirección de las obras del Palacio Legislativo de La Plata y luego de los ocho meses que duró su construcción, el 5 de agosto de 1905 abre sus puertas en la calle Charcas (hoy Marcelo Torcuato de Alvear), el “Teatro Circo Coliseo Argentino”.
Estaba bajo la dirección del mismo Frank Brown y de José Podestá el payaso criollo conocido como “Pepino el 88”, quienes formaron una dupla inimitable, presentando espectáculos que fueron el origen de nuestro “circo criollo” y del teatro argentino.
El Teatro Circo Coliseo Argentino era un edificio que fue apreciado en las más prestigiosas publicaciones de arquitectura de la época, por su original y extraordinaria estructura estilo “art nouveau”, donde se destacaba un amplio arco de hierro y vidrio coronando el edificio.
Tenía un gran anfiteatro, con capacidad para más de 2.000 espectadores y su pista central era un picadero de arena con la forma de herradura, característica que le da ese nombre a este tipo de construcción. Su escenario medía 19,5 metros de boca por 14,5 metros de profundidad y como era una sala multipropósitos, el picadero podía ser transformado en platea para albergar a los espectadores, cuando dejaba de ser circo, para transformarse en teatro.
Tenía además una pista móvil para ejercicios acrobáticos, que podía transformarse en una pileta de 400 metros cúbicos; un subsuelo para el traslado de animales del y hacia el escenario, que tenía salida hacia la calle Santa Fe, un restaurante, y localidades para dos mil personas sentadas en los palcos que circundaban la pista y 500 de pie.
Su acústica no era la mejor para un teatro de ópera, pero las circunstancias, la competencia (en algún momento, “El Coliseo”, “el Opera”, “el Colon” y “el Marconi” rivalizaban en programación), la declinación del gusto de los porteños por el Circo y el auge de otros géneros lo llevaron pronto a transformarse en 1907 en uno de los teatros líricos más importantes de la ciudad
El 18 de abril de 1907 fue su primera vez como tal: Trozos de “Tosca”, con Emma Carelli y Giovanni Zenatello; Aída”, con Crestani, Cucini, Zenatello y “La Bohème”, con Carelli y Dani, “La Condenación de Fausto” y un baile de máscaras decretaron su bautismo.
A partir de entonces, se alternaban óperas y operetas, ubicándolo como uno de los rivales del Teatro Colón» y del Teatro Ópera y se erigió como uno de los teatros líricos más importantes de la región por la calidad de los artistas y compañías que se presentaban en su escenario. Y aunque su actividad central fue siempre la música clásica y la ópera, también solía presentar espectáculos teatrales, musicales, humorísticos y políticos.
Pero no fue la Ópera el género que le dio más fama popular. El 27 de agosto de 1920, desde su terraza, el doctor Enrique Telémaco Susini, Luis Romero Carranza y Miguel Mujica (llamados a partir de entonces “Los locos de la azotea”, realizaron la primera transmisión radiofónica de exteriores de la historia musical argentina.
La ópera “Parsifal”, de Richard Wagner, interpretada por la soprano argentina Sara César, salió al aire inaugurando la radioemisora “L.O.R. Radio Argentina” y a partir de entonces, ese día, fue considerado «el día mundial de la radiotelefonía», por el Primer Congreso Mundial de Radio que se celebró en Buenos Aires en 1934.
El Coliseo funcionó así durante tres décadas hasta que en 1937, por dificultades financieras, este teatro fue cerrado. El gobierno de Italia adquirió el complejo gracias a una donación del conde italiano Felice Lora, que concedió en su testamento una importante suma de dinero para que el estado italiano construyera la «Casa de Italia».
Según la transcripción literal del escrito, «un recinto donde instalar el consulado de su país de origen, asociaciones de fomento y espacios destinados para presentar manifestaciones artísticas y culturales con la finalidad de facilitar la integración y la convivencia entre italianos y argentinos».
Sin embargo, las ideas quedaron postergadas cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Y aunque en ese momento se decía “La preservación de lo histórico es un lema inamovible”, solo resistieron los cimientos de ese bellísimo edificio. No había conciencia por entonces del patrimonio urbanístico que se despreciaba. El edificio fue totalmente demolido y el terreno cubierto de ruinas y oculto por una tapia.
En los años siguientes, el gobierno italiano decidió volver sobre su proyecto é hizo construir un nuevo edificio en ese solar, para alojar parte de las oficinas del Consulado General de su país en Buenos Aires, conservando la sala de espectáculos. Finalmente, en 1953, el teatro fue reabierto con el nombre de Teatro Coliseo, ocupando el edificio que actualmente vemos en la calle Marcelo T. de Alvear 1125.
Teatro Variedades (1909)
El Teatro Variedades fue una obra dispuesta por la señora Ana Irazusta de Santamarina, esposa del hacendado de origen español Ramón Santamarina, reconocido filántropo que impulsó y financió la construcción de diversas obras de bien público.
La construcción le fue encomendada al arquitecto alemán Karl Nordmann, el mismo que construyera el Teatro Coliseo y que fuera presidente de la Sociedad Central de Arquitectos en 1910, quien desarrolló su proyecto de un lujoso edificio ocupando una pequeña manzana ubicada frente a la Plaza Constitución, que estaba limitada por las calles Salta, Avenida Garay y el pasaje Ciudadela, con puerta de entrada en la calle Lima 615, en la ciudad de Buenos Aires.
Tenía la particularidad de ser, junto con el “Nuevo Teatro Colón”, el único teatro “exento” de la ciudad, es decir, que su interior, como sucedía con el Teatro Griego de la antigüedad, las partes en las que se dividía su interior eran la “scaena” (escenario o «skene» griega), la “orchaestra” (el pozo para la orquesta) y la “cávea” (parte de un teatro o anfiteatro donde se encuentran las gradas sobre las cuales se sentaban los espectadores que asistían a las representaciones o espectáculos).
Se inauguró el 11 de mayo de 1909 con la presentación de “Divorziamo”, una obra del dramaturgo francés Victorien Sardou, representada por la compañía de la artista italiana Emma Gramática y a partir de entonces, se dedicó a montar espectáculos con la participación de conjuntos nacionales o zarzuelas españolas con un pronunciado sentido social, contando historias que le sucedían al común de la gente.
En 1914 y de la mano del director Enrique de Rosas, allí tuvo su estreno el célebre actor Luis Arata, de extensa trayectoria después, en escenarios y cines argentinos. El cambio cultural, la renovación urbanística y la expansión demográfica hizo que en 1961 desapareciera el Teatro Variedades y en su espacio, hoy se yergue una vulgar torre de departamentos.
Nuestros primeros actores y primeras actrices
Las leyes y los prejuicios de la época consideraban como infames a los intérpretes profesionales en general y especialmente a las actrices que se exhibían en un lugar público y alternaban en la interpretación con los hombres. Por eso, en los primeros elencos de la Ranchería no figuraban mujeres y los papeles femeninos eran cubiertos por actores. Hubo incluso un fraile que condenó desde el púlpito la representación de comedias, considerándolas inmorales y amenazó con la excomunión a los actores, los espectadores y las autoridades que las permitían.
Sin embargo, la presencia de la mujer resultaba un condimento imprescindible para el público y por esta razón, el primer empresario decidió contratar una actriz de la ciudad de Potosí.
En las representaciones teatrales iniciales, los papeles de damas eran protagonizados por hombres, ya que de acuerdo a las leyes y prejuicios de la época, los actores profesionales eran considerados “infames” por la sociedad y especialmente las mujeres que se exhibían en lugares públicos, junto a hombres.
Sin embargo, la presencia de la mujer era también una fuerte atracción para el público, por lo que el empresario LLORENTE decidió contratar a Josefa Samalloa, una actriz de la ciudad de potosí. pero la Samalloa no le gustó al público de buenos aires y fue despedida. en su lugar se contrató a la joven actriz Josefa Ocampos, nacida en Buenos Aires en 1765.
Josefa se había casado con Ángel Martínez, el tercer galán de la Compañía y subió por primera vez al escenario, pocas semanas después de la inauguración del Teatro y según las crónicas, la actriz se ganó rápidamente el corazón de los porteños gracias a su belleza y talento.
Entre muchos otros papeles representó el de Lucía Miranda, la heroína legendaria que rechazó el amor del cacique Siripo y muere trágicamente. Josefa pasó a ser imprescindible para el público y su sueldo de primera dama duplicaba en 1790 a casi todos los miembros del equipo. Sin embargo, en 1792 ella y su marido se separaron del elenco por desacuerdos económicos con la empresa.
La actriz, que también actuó bajo el seudónimo de Pepa Salinas, se presentó luego en Montevideo y en Chile y su trabajo contribuyó a despejar los prejuicios que existían contra los actores y abrió las puertas a las mujeres, en el mundo del espectáculo.
Francisco Velarde fue el primero y último empresario de “La Ranchería”, aunque durante su existencia este teatro tuvo una compleja lista de asentistas, entre los que se contó nada menos que al Virrey Loreto, quien se vio, a raíz de este asunto, envuelto en un resonante pleito, que puso de manifiesto la democracia del gobierno español.
El Teatro de “La Ranchería” permaneció hasta 1792, cuando un incendio lo destruyó por completo. Juan María Gutiérrez, dice que “se incendió en la noche del 16 de agosto de 1792, con uno de los cohetes disparados desde el atrio de la iglesia de San Juan Bautista del convento de Capuchinas, cuya colocación se celebraba. Algunos comentarios piadosos debieron hacer las madres y sus capellanes sobre aquel fuego del Cielo que reducía a cenizas la casa del error y de los placeres mundanos”.
Lo cierto es que nunca se supo bien si fue un accidente o un atentado. Es de destacar que la jerarquía católica no veía con mucha simpatía la presencia del teatro, por considerarlo pecaminoso, ni compartía la política progresista del virrey Vértiz quien, además, había introducido la imprenta en la ciudad.
Un debut escandaloso (1788)
El 5 de abril de 1788, el debut de una actriz en el Teatro de la Ranchería, provocó un tremendo escándalo. Para entender la trascendencia de esa historia hay que tener en cuenta dos factores.
Primero, el sometimiento de las mujeres, condenadas al ámbito del hogar en aquellos tiempos y segundo, la marginalidad del oficio de actor, que era considerado «infame». Razones ambas por las cuales, en los comienzos de la actividad teatral en Buenos Aires, la aparición de una mujer sobre un escenario, era doblemente censurada.
María Mercedes González y Benavídez era una mujer joven que tenía la desgracia de haber enviudado dos veces. Debía mantener a tres hijos y pagar un montón de deudas acumuladas, y para eso contaba solamente con su trabajo en el taller de calderería que su último marido le había dejado. Pero María bailaba maravillosamente y como en ese momento en el teatro escaseaban las actrices, cantantes y bailarinas, le ofrecieron 20 pesos mensuales por sus presentaciones.
Finalmente fue contratada por 100 pesos, una cifra que le permitía solucionar su grave situación económica. El debut fue un gran éxito, pero en ese mismo momento comenzaron los problemas. Su padre, Javier González, contrató un abogado para exigir a las autoridades que prohibieran a su hija actuar en el teatro.
En su pedido afirmaba que la presentación en el escenario causaba «perjuicio a la distinguida calidad de su persona y familia…Y no solo se echa sobre sí la nota de infamia sino que la hace trascender a todos sus parientes».
En principio el gobernador aceptó el reclamo, pero debió escuchar también las quejas del empresario, quien afirmó que dentro del elenco había otras personas de linaje. El abogado contestó: «La compañía se completa con las personas más viles y despreciables, como son las mulatas esclavas…».
Seis meses duró el litigio. Finalmente se resolvió permitir a María Mercedes «dedicarse a cualquier ejercicio con que sufragar a su manutención». El fallo fue un enorme paso en la historia de la lucha contra los prejuicios.
Fuentes: “La cultura en Buenos Aires hasta 1810”. Luis Trenti Rocamora, Ed. Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1948; “Teatro, circo, arte lírico”. Publicado en “Historia de la Argentina” por el Diario Crónica, Ed. Hispamérca, Buenos Aires, 1980; “Buenos Aires, historia de cuatro siglos”, José Luis Romero y Luis Alberto Romero, Editorial Abril, Buenos Aires, 1983; «Los teatros en el Buenos Aires del siglo XVIII». José Torre Revello, Ed. Comisión Nacional de Cultura, Buenos Aires, 1845; “Buenos Aires, cuatro siglos”. Ricardo Luis Molinari, Ed. TEA, Buenos Aires, 1983; “Historia de la cultura argentina”. José C. Ibañez, Ed. Troquel, Buenos Aires, 1969; “Crónica Argentina”, Tomo I, Ed. Codex, Buenos Aires, 1979; “El teatro en la historia argentina desde el descubrimiento de América hasta 1930”. Adolfo Casablanca, Ed. Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1994; “Historia del Teatro en Buenos Aires”. Mariano G. Bosch, Buenos Aires, 1940.