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DERECHOS Y NO DERECHOS DE LOS ESCLAVOS EN BUENOS AIRES COLONIAL
Durante la conquista y colonización de América por parte de los españoles, se trasladaron a estas tierras, no solo las leyes y ordenanzas que reglaban la vida en la Península, sino que también llegaron sus costumbres y entre ellas, quizás, las más rechazadas por su carácter discriminatorio, fueron las que normaban el trato, las prohibiciones y los derechos de cada “casta” (ver La esclavitud en el Río de la Plata).
Existían en España, aún después de la época de la “Reconquista” y la expulsión de los árabes, diversos estamentos sociales (clases sociales), rigurosamente respetados sus “derechos” y “prohibiciones”. Con el rey en lo más alto de la pirámide, seguido por los príncipes y la nobleza, el alto clero, los militares y comerciantes, los artesanos, los labriegos, los peones y los esclavos al final, cada uno, respetuosamente, ocupaba su lugar y debieron llegar los vientos de las reformas sociales para que esto cambiara.
Pero hasta tanto eso ocurriera, la misma rigidez llegó a estas tierras y los conquistadores no vieron inconveniente en aplicarla. Así que impusieron una pirámide jerárquica que colocaba a los españoles de alto rango (funcionarios de la corona) en lo más alto, seguidos por los españoles residentes y el clero, los criollos, los aborígenes y por último los esclavos negros. Y fueron tantas y tan absurdas las limitaciones que esta estratificación de la gente imponía, que si bien la mayoría aceptaba sumisamente esta situación, eran violentamente rechazadas por criollos díscolos e integrantes de algunas de las tribus más belicosas que habían sido traídos a la esclavitud.
El célebre naturalista ALEXANDER HUMBOLDT señalaba que mulatos y mestizos, de un carácter enérgico y ardiente, vivían en constante irritación contra sus opresores “siendo maravilla que su resentimiento no los arrastrara con más frecuencia a la violencia y a la venganza”.
Los privilegios que distinguían a los españoles de los demás habitantes de las colonias, llegaban a veces a detalles mínimos, pero, aparentemente la actitud de los conquistadores no era racista, como lo prueban las vinculaciones maritales entre españoles e indígenas.
Se caracterizaban sí, por otra parte, como intransigentes religiosos, quizás como contribución y reflejo de lo que sucedía en España; de modo que los herejes y anglicanos, los calvinistas, hugonotes, marranos o cristianos nuevos (conversos), y los judíos, fueron reiteradamente objeto de especial vigilancia y se prohibieron todas sus actividades religiosas.
Si en España, un mestizo no podía ser nombrado virrey, en América, un criollo no podía llevar manto, ni un negro, poseer caballo. Los mulatos, pardos, morenos y zambos, sufrían un trato de inferioridad que iba desde el desdén hasta poco menos, que la servidumbre, pero como a partir de 1632, cuando se abolieron las reducciones y no fue legal entonces utilizar a los aborígenes como “mano de obra barata” para realizar muchas de las tareas que los españoles no hacían por considerarlas que no estaban “a la altura de sus merecimientos”, se empleaban negros esclavos, que era lo que sí estaba aceptado por las leyes vigentes.
Y aunque eran una considerable fuerza laboral, que se ocupaba en una gran cantidad de tareas, particularmente aquellas relacionadas con el servicio doméstico, como cocinar, lavar y planchar (que estaban a cargo de esclavas mujeres) o vinculadas con la construcción, la minería y las propias del campo, el servicio de porteadores, carreteros, conductores y muchísimas más, se les prohibía que sus hijos ingresaran a los establecimientos públicos de enseñanza; extender sus conocimientos más allá de su cuota de doctrina cristiana; llevar armas (excepto en el período en que estuvieran incorporados a las «milicias»): andar de noche por las ciudades, villas y lugares públicos; tener aborígenes a su servicio; “ornamentar” a sus mujeres con oro, seda, mantos y perlas; atender a la curación de las bestias; ser “bolichero” o dedicarse a la venta de bebidas alcohólicas; montar a caballo; cortar árboles y ser enterrados en ataúdes.
Duele pensar que fue en este medio tan hostil, que estas personas fueron desarrollando su nada fácil vida y que a pesar de no ser considerados “iguales” a los blancos libres, fueron repetidamente convocados como aquellos, para defender la Patria, demostrando allí igual coraje e igual amor a la patria que ellos (ver Hombres negros en los ejércitos de la patria).
Felizmente en 1813, la Asamblea Constituyente reunida ese año decretó la libertad de vientres y más tarde, ya en 1853, se sancionó la Constitución que abolió definitivamente la esclavitud en estas tierras.