LAS DAMAS PORTEÑAS QUIEREN ESTAR A LA MODA (1809)

Las damas porteñas quieren estar a la mosa y esperan ansiosas las noticias que llegan de Europa. Y recurren por supuesto a monsieur LEFÊBRE, un modisto de la época que les dice que «la moda cambia en Europa» y ellas le hacen caso y esperan ansiosas cada barco que llega del viejo mundo, para no desentonar y usar «lo que se usa en Europa».

Los últimos figurines llegados a Buenos Aires desde París obligarán a las bellas porteñas a dejar de lado las muselinas y las telas livianas usadas hasta ahora y a cubrirse con géneros suntuosos y también, más abrigados.

El estilo griego, una camisa y vestido largo y estrecho, de talle alto y escotado se complica. Ahora es indispensable un sobrevestido de mangas abullonadas y encajes bordeando el escote.

Cada vez los cuellos son más altos y las mangas más largas, porque es preciso mostrar el lujo de que hace gala la corte napoleónica. En consecuencia, las esbeltas ninfas de otros tiempos desaparecen, reemplazadas por siluetas más pesadas.

La nueva moda posee una indiscutible ventaja: evita los resfríos, las bronquitis y lo que es más grave, la tisis, que hace estragos entre las elegantes. Según los médicos de la época, las muselinas son las responsables de tan temibles enfermedades.

A esto se une la escasa alimentación, porque para estar a la moda, es preciso comer tan poco lo hacen las obreras. Así que ahora, ¡A alimentarse ¡, ya que las reglas de la elegancia lo permiten!.

Este invierno, en Buenos Aires, para defenderse del frío, las damas recurrirán a los chales de cachemir, mercadería traída de la India por los comerciantes ingleses.

Se sabe en París, que el Emperador Napoleón se opone a la importación de estos chales, que benefician a los británicos, y sin embargo no puede evitar que en su mismísimo palacio su esposa, la deliciosa Josefina, coleccione más de 400 cachemiras.

Esto provoca cóleras terribles de Bonaparte, que no logra hacerse obedecer en su propia casa. Es natural que Josefina apoye la moda del chal, porque al decir de las damas de su corte, «se envuelve con una gracia que sólo en ella se observa’.

«Esta temporada mis queridas amigas porteñas tendrán decididamente que comprarse chales y aprender en el espejo a desplegar tanta gracia como la emperatriz de los franceses que es, al fin y al cabo, una martiniquesa tan criolla como ustedes, las porteñas», decía monsieur LEFEVRE a sus devotas clientas (ver Recuerdos, usos y costumbres en el Buenos Aires de antaño).

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