UNA RECOMPENSA BIEN MERECIDA (18/03/1818)

El general MANUEL BELGRANO elevó al gobierno de Buenos Aires, un memorial pidiendo recompensa para doña GERTRUDIS MEDEIROS DE FERNÁNDEZ CORNEJO, viuda del capitán FERNÁNDEZ CORNEJO, muerto en acción durante la Batalla de Tucumán.

En esta nota, Belgrano relata los importantes servicios esta patricia salteña, digna de ser recordada por su noble y desinteresado amor a la causa de la patria. Hija de José Medeiros, gobernador-intendente de Salta, y esposa del capitán Juan Fernández Cornejo, explorador del río Grande de Jujuy y del Chaco, al fallecer su esposo, doña Gertrudis llenó el hueco que aquél dejara en la filas de los patriotas.

No obstante tener sobre sí el cuidado de dos hijas menores, no puso jamás límite a sus sacrificios y ofrendas en pro de la patria: todo lo suyo estuvo siempre a disposición de la causa del pueblo.

Aprisionada por los realistas, en una de las invasiones llevadas por aquellos a la capital salteña, vio saqueada su hacienda, talados sus campos, convertida en cuartel su casa solariega, y derruidas otras de sus propiedades para hacer con los adobes, reparos y trincheras.

Libertada al fin por los patriotas, pero arruinada del todo y sumida en la más espantosa miseria, ya nada pudo dar, sino su persona, y la dio con el mayor entusiasmo.

Atacada en 1814 en su hacienda de Campo Grande, único bien que le restaba, resistió, con las armas en la mano, al frente de sus peones, a la fuerza realista que la combatía. Vencida, y de nuevo prisionera, fue enviada a Jujuy, obligándosele a hacer el camino a pie, sin consideración a su debilidad y sexo. No pudo, sin embargo, domar la desgracia su ardiente patriotismo.

Como en Jujuy no la encerraron y podía andar libremente por todas partes, se convirtió en confidente de los patriotas; de ella dijo, el coronel ALEJANDRO HEREDIA, que las noticia más completas y verídicas recibidas por GÜEMES, acerca de los movimientos, número y estado de las fuerzas españolas, fueron siempre las que recibía por conducto de la señora de Cornejo.

Cuando acosados los realistas por los gauchos salteños, se disponían a evacuar a Jujuy, determinaron llevarla al socavón de Potosí.

Ella lo supo y se escondió, no saliendo a la calle hasta la ocupación de la ciudad por los patriotas. Doña Gertrudis no necesitaba de más méritos para merecer el aplauso de sus contemporáneos y el respeto de la posteridad; pero la miseria, noblemente soportada, hizo más bella e interesante su personalidad.

Mientras la patria luchó por la libertad, sufrió con sus hijas las amarguras de la indigencia, viviendo solas y abandonadas sin quejarse, ni reclamar nada a nadie.

Sólo mas tarde, cuando se desvanecieron los peligros y lucieron para la patria días menos agitados, invocó los servicios de su esposo para solicitar, la viudedad que le correspondía, callando, con gran delicadeza, sus personales sacrificios.

Desgraciadamente, no pudo acompañar a su justísima petición los despachos de su esposo, extraviados en uno de los lances de su accidentada vida, siendo esta la causa que la impidió conseguir lo que con tanta justicia solicitara.

Desencantada quizá, pero sin quejarse jamás, no renovó su empeño; resignándose a terminar su vida en un rincón, ignorada y en el olvido. Su vida «de inmolación constante, ha dicho el señor Mantilla, le asegura un puesto de honor en la historia. Muy pocas de las mujeres que actuaron en el vasto escenario de la Independencia americana la excedieron en mérito ni la superaron en servicios, siendo en su patria la primera» (ver Mujeres soldados argentinas).

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