UN FRANCÉS EN EL DESIERTO (1875)

Transcribimos algunos pasajes del libro «Relatos de la frontera» que reúne los escritos del ingeniero francés ALFRED EBELOT, donde describe las experiencias vividas en el transcurso de los servicios que prestó, contratado por el gobierno argentino en el trazado de nuevos pueblos en las campañas del sur de Buenos Aires y en !a construcción de la famosa zanja que en 1875 hizo abrir ADOLFO ALSINA en la frontera, para contener las invasiones de los indígenas.

Una cena pintoresca. «Una noche a la vuelta de una larga excursión, llegamos a un Fortín a eso de las nueve. El oficial, encantado por la distracción que le aportábamos y sin dejar de hacernos los honores de su residencia, ya con los primeros cumplimientos, nos deslizo la siguiente reflexión: Caen mal, las vituallas llegarán recién mañana.

Por suerte tengo reservados un cuarto de león y un «talón» de avestruz. Era por lo menos, una cena pintoresca la que nos esperaba y esa fue la primera vez que comí «un cuarto de puma», tenía yo un apetito como para tragar piedras y sin embargo debo declarar que es una carne blanca y desabrida, más insípida que la del conejo.

Seguramente la del león de Africa, no tendrá el sabor vulgar de ese animal que llaman león en América y que no es otro que el puma.

En cuanto al, avestruz, cuando es joven y gordo, ciertos trozos pasan por sabrosos entre los indios. Lo cierto es que las preferencias culinarias de estos comedores de yeguas no pueden sentar autoridad.

La carne de avestruz tiene un olor de aceite rancio y un humillo salvaje no desprovistos de originalidad, que recuerdan la cocina de las fondas españolas.

Su sabor se combina bastante bien con la acritud del ají colorado que, molido con sal y formando tabletas, es el condimento favorito de los paladares finos de la Pampa.

Uno finalmente se amolda, pero si más tarde se halla sentado a una mesa en un salón comedor, estas comidas le provocarian un respingo de horror.

Reclutas con falda. «Los cuerpos de línea van recogiendo y llevando consigo en sus peregrinaciones a través de las provincias, casi tantas mujeres como soldados suman».

«El Estado tolera hasta favorecer este hábito. A esas criaturas de tan buena voluntad, les proporciona vituallas en los campamentos, caballos en caso de viaje y se ocupa de la educación de sus hijos».

«No son mujeres de mala vida. Sus caprichos -quién no los tiene – son pocos y su desinterés absoluto. No tienen más que un marido a la vez. Por cierto que no es un marido de por vida. No por eso los miman menos, ni dejan de endulzarles los sinsabores de la vida de campaña, compartiéndolos con ellos».

«Se encargan de todas las menudas labores para las cuales el gaucho es inhábil. Un regimiento sin mujeres sucumbe al aburrimiento. Las deserciones son entonces numerosas. Un jefe solícito, se alarma cuando disminuye el personal femenino de su tropa, pues está puede desmoralizarse».

«Una vez incorporadas a los regimientos, estas reclutas con faldas se asimilan rápidamente a ellos, se aficionen a la vida de cuartel y no lo dejan ya más. He vista viejas desdentadas que, aunque parecían remontarse a las guerras de la independencia, seguían cabalgando a horcajadas detrás de una columna en marcha y eran objeto de la misma deferencia, quizás más que sus compañeras jóvenes, pues eran las «respetadas veteranas».

«En el afecto de los soldados por las mujeres de la tropa hay tanta camaradería como intenciones galantes. Fuera de las recias advertencias que ellas reciben una que otra vez, merecidas a menudo, que suelen devolver, y que sólo turban de modo pasajero la armonía de las parejas, todo el mundo se esfuerza cordialmente por apartar de las mujeres las espinas más gordas del vivir militar».

«Para ellas es el último pedazo de pan, la última pipa, el mejor caballo. Hay que verla asimismo, después de una de las raras visitas del comisario pagador, pasearse orgullosamente con sus adornos nuevos , ataviadas con un par de zapatos de raso azul claro, un vestido de seda verde y un gran pañuelo rojo o amarillo!. Les consta que honran a la bandera, y que sus personas representan todo el esplendor del batallón (ver Mujeres soldados argentinas).

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