UN COMERCIANTE ESPAÑOL SALVA LA VIDA DE BROWN (10/02/1816)

En sus correrías por el océano Pacífico, el bravo comandante GUILLERMO BROWN desembarcó en la isla fortificada de Punta de las Piedras, a la entrada del río Guayaquil, en Nueva Granada: destruyó las baterías y clavó y desmontó los cañones que la defendían.

Sus tropas se dirigieron al pueblo de Guayaquil. En tanto, él volvió al buque almirante y se colocó audazmente casi a tiro de pistola del Fuerte San Chelos, pero una repentina bajamar dejó al buque varado.

Así era fácil abordarlo, ya que el buque había quedado convertido en blanco indefenso para el nutrido fuego adversario, por lo que los españoles decidieron abordarlo.

A tal efecto se destacó un fuerte contingente para cumplir con el propósito. Una vez a bordo, sin respetar la circunstancia de haberse arriado el pabellón en señal de rendición, se entregaron y ensañaron en una horrible matanza sin respetar incluso a los heridos.

El comandante Brown logró contenerlos, amenazando con poner fuego a la santabárbara, pero los realistas no daban señal de temor ni de tregua. Entonces se produjo un hecho singular y digno de la mayor recordación, develado por EMILIO CATELLA.

Dice el investigador nombrado que cuando más de la mitad de los tripulantes yacían en cubierta y se descontaba el fin de los restantes, a pesar del gesto heroico del comandante Brown que amenazaba volar el barco si no le eran otorgados los honores de la guerra, un bote se desprendió de la costa, se aproximó velozmente al teatro de la lucha y un hombre trepó a la ensangrentada cubierta de «La Trinidad».

Rápidamente se interpuso entre los combatientes e increpó a los suyos con estas palabras: «¡Cuartel a los vencidos!» Era el comerciante español MIGUEL JADÓ. «Su palabra enérgica, unida al influjo de su personalidad, consiguieron atemperar a los exaltados, lográndose de tal forma, el debido respeto a los vencidos».

Miguel Jadó era un rico comerciante español, establecido en Guayaquil a principios del siglo XIX, dedicado a la explotación de empresas ultramarinas y con gran influencia en las esferas gubernativas y sociales.

Sus barcos surcaban pacíficamente los mares, cargados de mercaderías y sus negocios marchaban con toda prosperidad. A fines de 1815 tuvo la desagradable noticia de que su fragata «Golondrina», de elevado costo y con un rico cargamento, había caído en manos de una flota corsaria con patente de la «República de Buenos Aires», comandada por el entonces comandante Guillermo Brown.

Después del suceso del abordaje, varios días después, entre las cláusulas de las negociaciones entabladas entre el gobernador de Guayaquil y el comandante Brown, respecto al canje de presas y cautivos, éste dispuso, que la fragata «Golondrina», valuada con su mercancía en 200.000 pesos, fuese devuelta a Miguel Jadó contra el pago de 22.000 pesos en agradecimiento por haberle salvado la vida en el abordaje. Emilio Catella llama a Miguel Jadó, «un Cabral de nuestra Marina (ver Brown, el corsario de la patria),

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