FIN DEL MONOPOLIO DEL TABACO (28/08/1812)

El 28 de agosto de 1812, mediante un decreto del Triunvirato, se abolió el monopolio que ejercía la Real Renta de Tabacos y a partir de ese momento se dio libertad para su cultivo, manufactura y venta en la Argentina.

Alguien llamó al tabaco «la venganza de los indígenas» y no le faltaron razones. Esa maldición prendió en nuestro país con notable fuerza desde los primeros tiempos de la colonia.

A partir de 1775 la institución encargada de la producción y comercialización del tabaco fue la Dirección de Reales Rentas de Tabacos y Naipes, que funcionaba en Buenos Aires.

En este gran caserón de cincuenta habitaciones se fabricaban cigarros y rapé (tabaco en polvo), muy de moda durante el siglo XVIII. Un informe de 1806 indica que en el mes de febrero se habían fabricado 573.440 cigarros, una cifra enorme en relación con el número de habitantes.

Según muchas referencias de viajeros y cronistas, Buenos Aires era «una ciudad de fumadores». El padre Antonio Pernetti, que visitó estas tierras en 1763, afirmaba que «los españoles del Plata son muy ociosos, no se ocupan más que en conversar, tomar mate y fumar cigarros».

El periodista inglés Thomas George Love, que llegó en 1820, hablaba así de los porteños: «Fumar cigarros es muy general entre hombres, mujeres y hasta niños, excepción sea hecha de las señoras de buena familia, aunque no falta quien asegure que en secreto, se permiten el lujo de un buen cigarro».

Cuando el gobierno dispuso la supresión de la Real Renta, la industria del tabaco pasó a desarrollarse en talleres y casas particulares, donde familias enteras se dedicaban a armar cigarros y cigarrillos, que después entregaban a los almaceneros y pulperos para la venta.

Hasta fines del siglo XIX, época en que aparecieron las primeras máquinas elaboradoras, había en Buenos Aires, decenas de pequeños establecimientos dedicados a este trabajo, muchos en los fondos de los conventillos, que servían al mismo tiempo de taller y de vivienda.

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