LOS PASEOS PORTEÑOS (1880)

TRES AUTORES NOS RECUERDAN EL ENCANTO DE LOS PASEOS PORTEÑOS. Dice LUIS CÁNEPA en su libro «Buenos Aires de Antaño», publicado en 1894:

«Estando en Buenos Aires en 1880, en las últimas horas de la tarde, a lo largo de la elegante calle Florida, rodaban los lujosos carruajes de la clase dirigente hacia el nuevo parque de Palermo que estaba de moda».

«Al anochecer, los carruajes retornaban como en procesión ritual por Florida, paseando por entre las habituales filas de hombres que esperaban en el cordón de las veredas para mirar de soslayo a las mujeres que pasaban».

FEDERICO M. QUINTANA expresa en su libro «En torno a lo argentino», publicado en 1941: «La mayor parte de la gente se saludaba. Eran sabidos los horarios de los transeúntes y sus hábitos. Nadie podía sustraerse a la atracción de esa calle Florida, tradicional punto de reunión de la familia porteña».

«Todos nos conocíamos y hasta con cierta intimidad. Quien deseaba informarse de la opinión de Buenos Aires y contemplar de cerca a sus personajes más típicos tenía que ir a la calle Florida. Allí se encontraba a MITRE cargado de gloria, con su levita y su chambergo tan característico, indiferente a la atención que despertaba su paso. Ahí, el general MANSILLA, amable decidor, la galera gris, provocando la curiosidad y deleitando a sus oyentes con sus extraordinarias narraciones. Todo el que tenía algo que decir o exhibir, iba a pasear por Florida».

«Siguiendo por Santa Fe al noroeste y tras largas calles polvorientas y apenas delineadas se llegaba a los portones del Parque 3 de Febrero, con sus jardines aún no terminados. Lo más granado de la sociedad porteña se reunía en el lugar en carruajes ingleses, en volantas, tílburis, cabs y muchos en caballos de silla».

Un diario de la época, no sin cierta ironía, decía: «Nuestros elegantes se dirigieron ayer domingo, como de costumbre, a los paseos de Palermo a tomar nubes de finísimo polvo entre los olores nauseabundos de la cercana costa del río, acosados por las bandas de mosquitos hambrientos y perfumados por las miasmas del saladero de Lezica».

Por su parte, EUGENIO CAMBACERES, en su libro «Potpourrie, silbidos de un vago», publicado en 1881, expresa que «los nuevos ricos porteños compran carruajes que adornan con arneses adquiridos en Europa, fabricados expresamente para la exportación americana, es decir la más cara y, por consecuencia, la más chabacana mercadería».

«Disfrazan al cochero con una pomposa librea que luce sobre el pescante melena porruda y un cigarro hamburgués (charuto), en la boca. Lleva botas color de rata, pantalón a cuadros y casaca a media pantorrilla con corbata blanca, guantes de hilo, también blancos y sombrero galera».

«El auriga, sin soltar el cigarro de la boca, hace chasquear el látigo y arranca la yunta de overos, flameando al viento los faldones del levitón en la parte posterior del pescante».

«El patrón, acompañado de su abundante esposa, se ufana por lucirse muy orondo en sus paseos por la calle de la Florida y luego, por el obligado tour de la Avenida Sarmiento en Palermo» (ver  Recuerdos, usos y costumbres en el Buenos Aires de antaño).

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