LOS MANGRULLOS

Los mangrullos fueron unas rústicas construcciones hechas con palos, cuya elevada altura permitía avizorar la llegada de malones e indeseables a los poblados de la frontera con la anticipación necesaria para preparar la defensa (ver Voces, usos y costumbres del campo argentino)

Los riesgos propios del desierto, particularmente los temidos malones indios y los ataques de las montoneras en el período de las guerras civiles que azotaron a la Argentina, durante casi 40 años, obligaban a los escasos habitantes de esos territorios alejados, a mantener una casi constante vigilancia, con el objeto de prevenir con tiempo, la defensa o la fuga, si ello era necesario.

En las pequeñas ciudades y poblados, esto era posible, porque la altura de las casas o edificios públicos, les permitían construír en sus techos y terrazas, atalayas  (miradores), desde los cuales se podía  avizorar a mayores distancias la llegada de estos indeseables (B).

Pero en el interior de la llanura, esto era distinto: el rancho, bajo y con techo de paja a dos aguas, no admitía obra ni estructura alguna encima de ellos. Así nació el “mangrullo”: una especie de torre construída con palos  atados de forma similar a la del esqueleto metálico de los molinos, cerca de “las casas”, en el límite más vulnerable del poblado.

Una pequeña plataforma ubicada en lo más alto del “mangrullo”, a la que se llegaba mediante una rústica escalera (A), admitía la instalación de un vigía, que atenta su mirada hacia lo lejos, podía anunciar con mucha anticipación la llegada del atacante. el hombre de guardia que allí se había instalado, ataba su caballo al pie de él (C), para salir disparando a dar la voz de alarma.

Conocido también como “vichadero” (de “vichar”, es decir  espiar, vigilar), en los Fortines, donde esta vigilancia debía hacerse permanentemente, de día y de noche, los mangrullos tenían un rústico techo de paja, para preservar al centinela de los rigores del sol y la lluvia (ver Vocabulario criollo abreviado)

 

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