LOS CARRETILLEROS DE BUENOS AIRES OFENDEN CON SU CRUELDAD (1825)

La sociedad y la prensa de Buenos Aires denuncian la crueldad con la que los «carretilleros» tratan a los animales con los que realizan su trabajo transbordando pasajeros y mercaderías en el puerto de Buenos Aires.

Las «carretillas» o carros tirados por caballos que servían para embarcar y desembarcar pasajeros, equipaje y mercaderías, servían también para todo el tráfico interior que se realizaba en el Buenos Aires colonial, tal como lo hicieron después los carros de varas.

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Estas «carretillas» eran construidas de madera liviana, los costados revestidos con listones de madera o de caña tacuara, cubiertas con un cuero de potro y tiradas a la cincha por uno o dos caballos.

Había varios carretilleros o dueños de tropas de carretillas, siendo los principales, un tal LOMES que tenía su corralón en la calle Cangallo, entonces de la Merced, como a 10 ó 12 cuadras de la iglesia de este nombre, donde no escaseaban, como en otros tantos de esos barrios, hoy tan poblados, los enormes cercos de tuna y pita y los profundos pantanos.

Otros «carretilleros» muy conocidos eran un tal ALMADA, instalado cerca del Parque y don Lorenzo en la calle Larga de Barracas. Los dos primeros nombrados, se ocupaban del trabajo en el río, en la Aduana y en las calles y el último servía a los barraqueros.

Veamos cómo se manejaban en aquellos tiempos estos señores dueños de tropa. Hacían traer cien o más caballos gordos, de su propiedad o alquilados a algún estanciero por poco másque nada y trabajaban con ellos hasta que ya no podían moverse de flacos o caían muertos de cansancio y postración.

Más barato les parecía mandar al campo por otros, que mantener bien los que ya tenían a su servicio. Estos animales comían mal y cuando no estaban trabajando los soltaban en un corral, donde chapaleaban entre el barro y a la intemperie.

Como la rasqueta y el cepillo eran artículos de lujo, desconocidos en esos establecimientos; cuando más, se les raspaban las patas y el lomo de los más embarrados, con el dorso de su cuchillo que luego limpiaban en la cola del mismo pobre animal.

Sin duda, era debido a la inmensa cantidad de caballos que poblaban nuestros campos, el poco aprecio que se le tenía en general a este noble animal. Un buen caballo para trabajo, podía comprarse entonces, por 2 ó 3 pesos y aun menos y el estanciero jamás negaba al viajero necesitado, uno o más caballos, sin preocuparse siquiera de su devolución.

En tan poco se tenía en esos tiempos la vida de estos útiles servidores del hombre, primer elemento en todos los trabajos productivos, que era frecuente ver un paisano bajarse del caballo en medio del campo y degollarlo por haberse cansado y no poder andar más. Acto bárbaro, debido en parte a su modo de ser semi-salvaje y en parte a la facilidad que tenía de reponer su pérdida.

Estas mismas causas obraban para que los carretilleras diesen un tratamiento tan brutal a los caballos con que ganaban el pan. Escenas repugnantes se repetían diariamente en nuestras calles; por ejemplo, descargar terribles y repetidos golpes con el cabo de arreador (construido de madera dura del Paraguay), sobre la cabeza de algún pobre caballo que carecía de fuerza para salir de un pantano, dejándolo muchas veces sepultado allí y dándole luego cuenta a su patrón, como de la cosa más natural del mundo.

Estos actos, como hemos dicho ya, se repetían con lamentable frecuencia, causando admiración y horror al espectador, muy especialmente al extranjero, no habituado a tales muestras de barbarie y esto, sin la menor intervención por parte de la policía. Pero todo esto no fue una realidad de aquellos días.

Quién creería que después de más de medio siglo y con todo nuestro progreso y civilización, aún hubiera que deplorar igual torpeza en pleno 1879. Cincuenta años después, leemos en un periódico de la época: !!

«Desde tiempo atrás venimos pidiendo a gritos al a Municipalidad, que vea de impedir los abusos salvajes con que llenan los carreros nuestras calles y nuestros diarios, de escenas deplorables. La Municipalidad se hace sorda y se escuda en reglamentos de carga para los carros, que nadie se ocupa en hacer cumplir «.

«Nuestra prédica ha hecho camino, no en la Municipalidad, sino en el pueblo, que no quiere tener que avergonzarse con la complicidad de algunas autoridades, en la bárbara conducta de los carreros.».

«Lea el pueblo la invitación que sigue, y cuya publicación se nos pide. El Presidente de la Municipalidad debía de ser uno de los asistentes a esa reunión, ya que tiempo tiene hasta para ocuparse de la santificación de las fiestas y declarar bajo su firma que las costumbres se relajan con el trabajo y se dignifican con el ocio».

«Meeting. Se pide la asistencia de todos los que simpaticen con su idea generosa, al que tendrá lugar esta noche, a las ocho, en el salón adjunto a la iglesia Americana, calle Corrientes 214, para tomar en consideración el mejor medio de cortar los abusos inhumanos que cometen los carreros con sus animales en las calles de Buenos Aires» (ver Peripecias para el desembarco en el puerto de Buenos Aires).

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