LOS CACIQUES BLANCOS

Hubo en nuestra Historia pasada, como aún hoy los hay, personajes de triste recuerdo, que jugando a dos puntas, trataron de sacar ventaja, sin que les importen las consecuencias que su traidores manejos, pudieran acarrear a sus confiados congéneres.

Tal el caso de turbios personajes como «Arbolito». «Pancho el Ñato», o los famosos “Pincheia”, individuos nacidos en el mundo cristiano y criollo, que mantuvieron una estrecha y siniestra relación con la gente de los toldos. Verdaderos “caciques blancos” que participaban activamente en la organización de los malones que se llevaban contra los poblados y estancias instalados en la frontera con el “indio”.

Fugitivos de la justicia, desertores del Ejército o renegados que no se adaptaban a los dictados de una sociedad que les exigía decencia y trabajo, buscaron refugio en las tolderías, se adaptaron a sus costumbres y quizás dotados de ciertas condiciones que les resultaban admirables  a los indígenas, se transformaron en líderes de esas comunidades, a las que adentraban en los secretos del hombre blanco y les mostraban sus debilidades, para que supieran cómo vencerlos.

Los hubo de toda calaña y origen y hasta algunos de aquellos que oficiaban de honestos pulperos, inscribieron su nombre en esta cofradía de traidores a sus pares. Manteniendo contactos interesadamente amistosos con los indígenas, oficiaban  de infames entregadores.

Quizás para gozar de cierta protección para sus bienes, quizás para incrementarlos o quizás simplemente, para darle curso a su condición de descastados, estos sujetos aprovechaban los conocimientos a los que su condición de “honestos pulperos” les permitía acceder, para informar a sus “amigos”, donde había hacienda para robar, que establecimiento quedaba desguarnecido o por donde pasaría una caravana de carretas, llevando colonos desprevenidos.

El alcohol, alguna que otra “chuchería” y eso sí, un auténtico coraje para ganarse el respeto de los guerreros, les abría el camino para ganarse la confianza de éstos, y aceptaran su liderazgo.

La mayoría de las veces oficiaban de simples “entregadores”, solicitando al cacique amigo que sus «muchachos», las bravas lanzas pampas o ranqueles,  respetasen su pulpería a cambio de información preciosa para algún malón próximo, especificando que el momento era oportuno, pues “las vacas de Zavaleta estaban muy gordas” o “el campo de Zelarayán está muy poblado de buena yeguada”. etc.

Pocas eran, aunque también las hubo, las oportunidades en que dejando de lado todo prejuicio, encabezaban la partida de guerreros en el ataque y el saqueo, mostrando allí, la máxima expresión de salvajismo y crueldad, superando aún a sus dirigidos y dejando para el recuerdo, esta historia que ensombrece la condición humana (texto armado con la base extraída de una nota de León Benarós).

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *