LAS MUJERES EN LA VIDA DE JUAN MANUEL DE ROSAS

Como muchos de los hombres notables que fueron protagonistas en algún momento, de  la Historia de la República Argentina, JUAN MANUEL DE ROSAS tuvo también afectos y amores, que no siempre se daban a la luz y el conocimiento de sus contemporáneos.

Seis fueron las mujeres en la vida de JUAN MANUEL DE ROSAS. Cada una de ellas marcó a fuego su carácter y muchas veces, fueron el motor de sus decisiones, participando así en el devenir de una historia que lo hizo protagonista de la misma durante poco menos de treinta y dos años. (6 de julio de 1820 al 3 de febrero de 1852) y para realizar esta nota nos hemos permitido extraer algunos párrafos de una nota que se le hiciera a la escritora María Sáenz Quesada en 1991, que completamos con textos de la periodista y escritora Florencia Canale para la Revista Noticias y de la “Historia Argentina” de José María Rosa (ver Mujeres de nuestra Historia)

AGUSTINA LÓPEZ DE OSORNIO, fue su madre y “demostró durante toda su vida que era la que imponía la ley, en su casa de la calle Biblioteca, de la ciudad de Buenos Aires. Madre de diez hijos –Juan Manuel era el segundo–manejaba su residencia y los campos como si fuera un hombre.

Ella se ocupaba de los pagos, disponía de la peonada en “Rincón de López” (la Estancia de la familia)  y daba las órdenes en el hogar. Había quedado huérfana a los 14 años y obligada por las circunstancias devino en madre y padre de sus hermanos. Agustina manejó el dinero –que era mucho– que dejó don CLEMENTE –su padre– y supo invertir bien.

Hasta que se casó con LEÓN ORTIZ DE ROZAS y armó su propia familia. Era mano larga con su prole, así se hacía respetar. Y con el marido podía ser amorosa hasta el paroxismo o humillarlo en público, como cuando gritaba a viva voz que ella era la refinada de la pareja y que si se descuidaba le demostraba que era descendiente de los reyes de Normandía. AGUSTINA no quería que su hijo fuera político.

Lo había preparado para que se ocupara de los campos y los negocios familiares. Pero aquello no pudo ser. JUAN MANUEL quedó prendado por la esfera pública y allí se instaló hasta el 3 de febrero de 1852, cuando empezó su exilio. Sin embargo, no había sido la gobernación la responsable de la distancia entre madre e hijo. Porque para doña Agustina López de Osornio, la culpable de todos los males era su nuera.

ENCARNACIÓN EZCURRA, La esposa de JUAN MANUEL había conocido al soltero más codiciado de Buenos Aires y cayó prendada en el acto. Diferente del resto, que hacían evidente su desvelo, la menor de los Ezcurra trabajó el vínculo con cautela y dedicación hasta que logró su cometido.

JUAN MANUEL se enamoró pero sus padres se opusieron a ese noviazgo. El antagonismo que existió entre ENCARNACIÓN y AGUSTINA puede comprenderse por la importancia que al poder, a la riqueza y a la buena posición social se le daba en aquellos tiempos. Las diferencias entre quienes eran alguien por “alcurnia” o por poder y los advenedizos o escasos de bienes materiales o alejados de las esferas del poder, generaba feroces enfrentamientos, aún entre familires directos y hasta entre amigos y socios en otras circunstancias.

AGUSTINA la acusaba de fea y poca cosa para su “príncipe heredero”. Pero no contaron con la astucia de ENCARNACIÓN, que pronto demostró que no iba a dar su brazo a torcer y armó una argucia digna de culebrones incendiarios: inventó un embarazo, escribió una esquela anunciándoselo a su amado –todo en complicidad con el caballero en cuestión– y éste la depositó sobre su cama para que su madre tomara nota.

Dicho y hecho, la furia poseyó el hogar de los ORTIZ DE ROZAS. El “deber ser” hizo lo suyo y ENCARNACIÓN pasó a formar parte de la familia. La lucha entre suegra y nuera fue vox pópuli y poco faltó para que se fueran a las manos. Tal era la iracundia, que la recién casada conminó al esposo a abandonar la casa.

LOS ROSAS –Juan Manuel se había quitado el Ortiz de encima por una reyerta familiar– armaron una vida por cuenta propia y ENCARNACIÓN ocupó su lugar como una reina. Colaboró con la carrera política de su marido como ninguna, transformándose en su asesora más confiable.

En ella, lo femenino y la realización de su proyecto como mujer es lo que resulta más difícil de analizar, desde el punto de vista de la moderna concepción feminista del tema. ¿Hasta qué punto ella quiere ser protagonista y hasta qué punto quiere ser, simplemente, la compañera y la primera amiga de don JUAN MANUEL?

Creo que hay un momento crucial en su historia dice Isabel Allende: “en octubre de 1833, cuando ella logra organizar la Revolución de los Restauradores, para apoyar el regreso de su marido al poder. Entonces, ella siente que es capaz —ella también y por sí misma— de gobernar y lo escribe y lo dice.

Y curiosamente, o no tan curiosamente, yo coloco allí mismo su ocaso. Creo también —aunque esto es una mera hipótesis— que la escasa correspondencia de Encarnación Ezcurra que ha llegado hasta nosotros y los muchos momentos oscuros oscuros de su vida, oscuros en cuanto al material histórico disponible, no son casuales.

Probablemente, durante su exilio, el marido destruyó mucha correspondencia de ella. Recordemos esa gran quemazón de cartas realizada por Rosas en la década de 1860, cuando estaba obsesionado con la muerte, alegando que eso no iba a interesar a sus hijos, ni a nadie”.

Cuando el hombre partió rumbo a la campaña al desierto, ella quedó al cuidado del territorio. Guardaba las armas en la casa y mantenía reuniones secretas con los primeros pasos de la Mazorca. Ella ordenaba, los hombres acataban. También le sugería a su marido en quiénes confiar y cuáles debían pasar a recibir un funesto pulgar para abajo. Cuando lo tenía lejos, lo obligaba a comer luego de que alguien probara la comida.

El temor del asesinato sobrevoló siempre. Fue la madre de los dos hijos de Rosas y crió a PEDRO PABLO como propio, el hijo secreto de su hermana PEPA y MANUEL BELGRANO. Pero de instinto maternal, nada. Ante todo fue mujer y de ese hombre y nada más.

MANUELITA ROSAS Y EZCURRA fue la hija dilecta y ocupó el sitio vacante que dejó ENCARNACIÓN al morir. Una suerte de canciller sin funciones, “la Niña” –así la llamaba Rosas, incluso en su adultez –y su corte de amigas, recibían en Palermo a los caballeros con ansia de negocio, locales y extranjeros, como el primer paso antes de llegar al despacho del Gobernador. El vínculo entre ambos fue estrecho e intenso.

Los enemigos de ROSAS, instalados en Montevideo, acusaban al hombre de llevar a la cama a su propia hija, fundando esa especie en que . JUAN MANUEL la había conminado a que quedara soltera para toda la vida y junto a él.

A MANUELITA no le resultó fácil contradecir aquella orden. Se casó grande y estando ya en el destierro. eligió a MÁXIMO TERRERO, el hijo del amigo y socio de su padre en el saladero. Pero esto no logró calmar la furia de ROSAS. Permitió la boda bajo dos reclamos: él no participaría de la celebración y la pareja no viviría con él en la casa. MANUELA se casó, tuvo dos hijos y nunca olvidó a su padre.

MARÍA EUGENIA CASTRO. Entre 1840 y 1852 la compañera íntima de ROSAS fue una muchacha 30 años menor que él, que se llamaba MARÍA EUGENIA CASTRO. Su padre, el coronel JUAN GREGORIO CASTRO, antes de morir le había recomendado a Rosas el cuidado de EUGENIA y lo nombró albacea y tutor de la muchacha. Rosas envió a la niña con la familia OLAVARRIETA pero luego decidió ocuparse de ella personalmente y la instaló en su propia casa para que atendiese a doña Encarnación,

MARÍA EUGENIA fue una de las amantes “declaradas” del Restaurador y le fiue siempre muy leal.  ROSAS la llamaba la “mancebita”, pero para la prensa unitaria, pasó a la historia como “La Cautiva” y según la describe Ibarguren, “era muy agraciada, morena, vivaz y sensual; una odalisca criolla con encantos suficientes para deslumbrar al estanciero, quien pasó velozmente de tutor a amante.

Llegó a la casa a los 13 años. Cuidó a ENCARNACIÓN en su lecho de muerte, mientras el patrón la metía en su cama. EUGENIA fue la “oficial” de Rosas, pero escondida detrás de un biombo en la alcoba del Gobernador. Tuvo cinco hijos con el Restaurador y aunque éste nunca reconoció a ninguno de ellos, se preocupó de que no les faltara nada.

Tras la muerte de ROSAS, la descendencia “bastarda” intentó iniciar un litigio para reclamar la herencia. MANUELITA, que los había tratado como hermanos durante las mieles del poder, hizo caso omiso y señaló que sólo eran los hijos de una sirvienta de la casa.

“No es posible establecer la fecha precisa en que comenzó la larga relación amorosa entre el gobernador y su pupila”, dice Sáenz Quesada. “ENCARNACIÓN la trataba bien y ROSAS le tomó afecto; era su favorita para cebarle mate y hasta se divertía con el temor reverencial que su personalidad provocaba en la huérfana.

Ella revivía escenas muchos años después ante sus hijos, a los que contó cómo cayó por primera vez en brazos del gobernador, sin poder impedirlo, ni intentar defenderse, sugiriendo que había sido forzada en sus sentimientos”.

En esa época, sin embargo, mientras convivía con  MARÍA EUGENIA, según recuerda RAFAEL PINEDA YÁÑEZ, Rosas se enamoró ardorosamente de JUANITA SOSA, una bella amiga de su hija MANUELITA. El romance no se extendió por una rotunda oposición de Manuelita, quien condenó a su poderoso padre a suspirar como un adolescente por aquella frustración sentimental que nunca terminó de digerir.

JUANA SOSA. Juana Sosa, fue la otra amante de ROSAS. A esta la llamaba “la “edecanita” y era una de las amigas íntimas de MANUELITA. De mucho menor linaje, vivió en Palermo con la familia. También visitó las habitaciones de Rosas, pero su alegría y voluptuosidad la colocaron en otro lugar.

Disfrutó de las fiestas y la desmesura del poder. Sin embargo, caído el César, cayó su privilegio. Con Urquiza en el gobierno, fue internada en el Hospital de Mujeres Dementes. JUANITA no estaba bien y no tuvieron alternativa. Murió en el hospicio, sola y en silencio.

JOSEFA GÓMEZ, Fue aquella misteriosa confidente y amiga de los Rosas que en 1852 comenzó a ser llamada “la embajadora de Rosas en Buenos Aires”. Fue su secretaria y portavoz mientras éste se hallaba en el exilio en Inglaterra.

8 Comentarios

  1. Carlos

    Excelente publicación que nos sumerge en otras épocas dónde la mujeres mandaban a la par de los hombres…Y a veces más. A veces menos…

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    1. Anónimo

      Grande carlitos

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  2. zoe

    quien se oponia a la politica de rosas

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  3. Anónimo

    Muy buen resumen de la vida de don Juan Manuel👏👏

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  4. Anónimo

    Ironia hizo fusilar a Camila O!Gorman y a Ladislao Gutierrez, ella con un embarazo de 8 meses, porque eran una verguenza para la Sociedad, y el fue un corructo, abusaba de una menos en su propia casa

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    1. Anónimo

      Ironía es que con tu nivel intelectual sepas escribir

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  5. Clara

    Se puede ser tan crápula, mala persona, amoral?? teniendo el una doble vida fusila a dos jóvenes por el sólo hecho de estar enamorados?? Merece todo mi repudio!!! Proceder digno de un DICTADOR!!!

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    1. Anónimo

      Seria mejor que averiguaras cual era la legislacion vigente en la epoca, y es claro que el mismo padre de Camila pidió que se aplique la ley…Tengo entendido que lo del embarazo no está comprobado…

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