EL VERMOUTH DEL MEDIODÍA

La ceremonia tenía mucho de ritual: una pequeña fuente ovalada, con borde azul y enlozado blanco, donde se colocaban dados de queso (Mar del Plata o Chubut), rodajas de salame cortado “al bies” (es decir: en diagonal), un poco de “sopresata” con pimienta y, tal vez, algo de mortadela cortada en cuadraditos irregulares.

El pan, en rodajas, iba en una canastita de mimbre, que después fue de plástico. Y las aceitunas (casi siempre verdes) en un bolcito de cerámica, al lado de un pequeño pingüino del mismo material y con la boca abierta, para recibir los carozos.

Aquella ceremonia, que se acompañaba con vermú rojo o blanco, a veces incluía un toque de fernet. Y no faltaba el chorro de soda hecho con aquel sifón de vidrio al que muchas veces había que sacudir bastante porque ya había perdido presión.

El hábito del “vermucito” era un clásico de los bares y clubes de barrio, en las horas previas a la cena, cuando los hombres se reunían para hablar de fútbol, milongas, turf y … mujeres (ver Recuerdos, usos y costumbres de antaño).

Claro que el domingo aquello cambiaba de ámbito. El encuentro, tan relajado que algunos hasta seguían con el pantalón pijama puesto, se cumplía en casa y en familia, mientras se terminaba la masa y el relleno para los ravioles o se esperaba que el carbón fuera brasa para empezar el asado.

Por supuesto que la tradición tiene una influencia de los inmigrantes europeos (en especial italianos y españoles) que, junto con otras cuestiones, incluyeron el “antipasto” y el “ir de tapas” como parte de su vida social. Y no es casual que las bebidas elegidas hayan sido las de mucha historia.

Por ejemplo, dicen que el vermú fue inventado por el famoso Hipócrates quien puso a macerar vino en flores de ajenjo y otras hojas. Y cuentan que la palabra deriva del alemán “wermut” que no es otra cosa que el ajenjo. Otros afirman que proviene de dos palabras: “verán” (levantar) y “muth” (espíritu). O sea: bebida que levanta el espíritu.

La bebida actual está compuesta por unos 50 extractos de hierbas que se maceran y luego se mezclan con vino blanco (por lo general de uvas Chenin) y azúcar y se deja reposar.

El rojo es más dulce; el blanco, más seco y con más graduación alcohólica. Según la marca, el vermú se registra como creado en el norte de Italia en 1757, 1850 y 1863. Y recién casi con el nuevo siglo XX iba a llegar a la Argentina, primero como bebida importada y luego fabricada en el país.

La costumbre de tomar un aperitivo se hizo tan popular que aparecieron otros brebajes que, mezclados o solos, también se integraron a esas mesas. Así, se hicieron famosas bebidas como el Pineral, creada por el inmigrante Hermenegildo Pini.

Algunos recuerdan que apuntaba a ser la réplica local de un famoso bitter francés que se usaba como digestivo. Y también estaba el Amargo Obrero, creado en la ciudad de Rosario durante el año 1887. Hecho a base hierbas y alcohol, se lo conoció como “el aperitivo del pueblo”.

Pero si se trata de bebidas-símbolo, creadas en la Argentina y destinadas a ser parte del “vermucito”, hay una que tiene un pasado local muy difícil de igualar.

La creó en 1864 un inmigrante nacido en Boston en 1838 y su lanzamiento fue un suceso. El hombre se llamaba Melville Sewell Bagley y su bebida estaba hecha usando la corteza de naranjas amargas o agrias y dulces de frutos aún verdes que tenían un alto contenido en flavonoides.

La marca de aquella bebida era “Hesperidina” y fue la primera en quedar en el registro de marcas y patentes creado en 1876. Bagley fundaría después la fábrica que lleva su nombre y la Hesperidina sería el aperitivo preferido de muchos. Entre ellos un cantor tanguero hincha de Platense, de nombre Roberto Goyeneche. Pero es otra historia (ver La Hesperidina).

Extraído de un trabajo de Eduardo Parise.

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