CRISIS POLÍTICA EN EL TERRIBLE AÑO VEINTE EN LA ARGENTINA (1820)

La Historia Argentina reconoce a la década de 1820, como el año de la anarquía nacional. Azotado el pais por guerras civiles e intentos de las provincias por establecer gobiernos autónomos ya sea individualmente o en pequeñas repúblicas independientes, fue cuando aparecieron los caudillos, asumiendo un rol protagónico en los sucesos que marcan esos terribles años.

Y fueron, en especial los caudillos JOSÉ ARTIGAS, FRANCISCO RAMÍREZ Y ESTANISLAO LÓPEZ quienes se destacarán por su actuación y lucharán contra los «directoriales» luego denominados «unitarios», intentando imponer la voluntad de las provincias y constituir un gobierno federal.

La lucha entre el Directorio y los caudillos del Litoral se libra con total encono hasta que el 1º de febrero de 1820, el gobernador de Entre Ríos, FRANCISCO RAMÍREZ, con ayuda de fuerzas artiguistas, obtuvo sobre las fuerzas nacionales comandadas por JOSÉ RONDEAU, la decisiva victoria de Cepeda y firman, el 23 de febrero de ese año, un tratado de paz (ver El Tratado de Pilar) que suscriben ESTANISLAO LÓPEZ, Gobernador de Santa Fe, FRANCISCO RAMÍREZ, Gobernador de Entre Ríos y MANUEL DE SARRATEA, por el Directorio Supremo de Buenos Aires.

Este Pacto, que contradecía las miras de ARTGAS, el cual exigía se declarase la guerra a los portugueses, significó el rompimiento entre ARTIGAS y sus antiguos aliados y fue la chispa que encendió una corta y sangrienta lucha entre estos tres caudillos. Artigas se une entonces con Corrientes y Misiones en el «Pacto de Ávalos», firmado el 24 de abril de 1820 y entra en Entre Ríos dispuesto a someter a Ramírez, pero resulta derrotado.

Luego, el prócer uruguayo fue vencido en una serie de pequeños encuentros (Arroyo Las Tunas, Sauce de Luna) que culminaron en el Combate de Ábalos, librado el 24 de julio de 1820, en la provincia de Corrientes, que marca la derrota definitiva de Artigas y su retiro de la escena para refugiarse en el Paraguay, donde pasó los últimos 30 años de su vida.

Pero aún, en épocas de turbulencia política, la acción educativa fue intensa a instancia de varios gobernadores de provincias confederadas. En Buenos Aires, durante el Gobierno de MARTÍN RODRÍGUEZ por obra del Presbítero ANTONIO SÁENZ de funda la Universidad de Buenos Aires. Por iniciativa de Rivadavia se funda el Colegio de Ciencias Morales. Por iniciativa de JUAN MANUEL DE ROSAS se reabrió el Colegio de los Jesuitas, luego denominado «Colegio Republicano Federal».

En Entre Rios descolló la acción de JUSTO JOSÉ DE URQUIZA que fundó el Colegio del Uruguay. En Santa Fe ESTANISLAO LÓPEZ impulsó la creación del «Gimnasio Santafesino» y del «Instituto Literario de San Jerónimo». En Catamarca se estableció el «Colegio Patriótico Federal Nuestra Señora de la Merced» y finalmente, en Salta el «Colegio de la Independencia», que abrió sus puertas por aquellos años.

Si se observan los hechos con serenidad e imparcialidad, se tiene que empezarse por convenir que el llamado «caos del año 20», no fue tal sino que el año 20, fue el año de la gran derrota de la burguesía porteña, que pretendía por sí sola gobernar el país. Era ella, esa minoría selecta, la de las confabulaciones lautarianas, la que con el tremendo golpe que había recibido durante ese año, quedaba desorientada, sin programa de acción inmediato, estuporosa a su turno.

Examinemos su caso a la luz de la historia real que no es la corriente y veremos que lo que hizo crisis en ese año, era un concepto de gobierno, un criterio, la lógica manera de sentir y de pensar que ese grupo de hombres (con la sola excepción de MARIANO MORENO) que tenía arraigada en su espíritu, la vieja tradición de la colonia que había moldeado sus disciplinas, sus concepciones y a las que naturalmente había ajustado sus procedimientos.

Las prácticas del gobierno propio, en lo municipal por lo menos, con las extensiones en lo administrativo y en lo político donde lo hubo, de que eran expresiones los Cabildos, no la ejercitaban en los tiempos coloniales quienes no integraban un grupo determinado de los habitantes de la ciudad: «La parte más sana y principal del vecindario», al decir de las crónicas de la época.

Y eso era así, sólo en los en los casos de Cabildo Abierto, porque lo común era que sólo llegaran a los honores de cabildante y por consiguiente a ser electores de los mismos después, los miembros de una minoría de familias más restringida todavía: la flor y nata de la burguesía.

Así, con tal tradición, no podían esos hombres ser demócratas. Estaba demasiado impregnada su subconciencia por el concepto de que la sociedad, jerarquizada como estaba, debía ser dirigida por derecho propio (quizás por mandato divino), por el grupo selecto de quienes eran «la cabeza de esa sociedad», una oligarquía que, basada en una supuesta limpieza de sangre, tenía, sólo ella, abiertas las puertas de la riqueza, de los estrados de justicia, o de la Universidad.

Junto con el antidemocratismo y con el monarquismo, la gran burguesía porteña estaba impregnada de los prejuicios que la sindicaban como los auténticos representantes de la Ciudad-capital y de la Ciudad-riqueza, lo que junto con lo otro ya dicho, le hacía considerar como un absurdo, que otro que no fuera ella, pretendiera inmiscuirse en la dirección de los destinos del país.

MARIANO MORENO, espíritu inquieto y por consiguiente curioso, con otras ventanas abiertas sobre la cultura general por el francés que poseía, era, en la teoría, un verdadero revolucionario, demócrata, republicano, federalista. Pero si divergía con la mayoría de esa burguesía prejuiciosa, monárquica o conservadora, en ideas fundamentales y conceptos de ética política, se sumaba a ella en sus prejuicios de «porteñismo».

Ésta fue la posición espiritual de los iniciadores de la Revolución de Mayo y en la que persistieron hasta Cepeda. Así, pues, el caos de este año, es más el caos de Buenos Aires o, mejor dicho, de su burguesía directriz y sólo la coronación de un proceso que empezó en el año 13 y se fue desarrollando paulatinamente hasta la culminación en el año 20, pudo desarticular esa estructura perniciosa y dar vida a la República democrática que hoy disfrutamos.

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