COMBATE DE SAN CARLOS O DE PICHI-CARHUÉ (08/03/1872)

Las fuerzas del general IGNACIO RIVAS aliadas con las de CATRIEL y COLIQUEO, derrotan en San Carlos, cerca de Bolívar (Provincia de Buenos Aires) a los aborígenes capitaneados por Juan CALFUCURÁ. Como resultado de ello, el legendario cacique y sus guerreros, fueron rechazados en la provincia de Buenos Aires hasta una frontera allende los distritos colonizados de 9 de Julio y 25 de Mayo.

Hasta las operaciones militares de 1878 y 1879, la presencia del ejército en territorio dominado por los indígenas eran los fortines (Archivo General de la Nación)

En marzo de 1872, luego de atacar las tolderías de los caciques MANUEL GRANDE, GERVASIO CHIPITRUZ y CALFUQUIR, con quienes se había firmado un tratado de paz en 1870, el coronel FRANCISCO DE ELÍAS, comandante de la Frontera Sur, entró en 25 de Mayo y se llevó cautivos a todos los indígenas que se habían rendido al gobierno.

En respuesta, CALFUCURÁ declaró formalmente la guerra a SARMIENTO y llevando un malón con 8.000 lanzas, saqueó las ciudades de 25 de Mayo, Alvear y 9 de Julio, dejando 300 civiles muertos y llevándose 500 cautivos y entre 150.000 a 200.000 cabezas de ganado robadas.

El 5 de marzo de 1872, en el fuerte San Carlos, el coronel JUAN CARLOS BOER recibe un chasqui donde se le informan estos ataques y solicita el envío de fuerzas pues teme que CALFUCURÁ se dirija a 9 de Julio y le ponga sitio.

Informado de ese acontecimiento, el comandante general de la Frontera Sur, Costa Sur y Bahía Blanca, el general IGNACIO RIVAS moviliza sus tropas y el 6 de marzo de 1872, parte desde su comando en Azul en auxilio del coronel JUAN CARLOS BOER.

Iba con su escolta, el coronel NICOLÁS OCAMPO (comandante de la Frontera Sur de Buenos Aires) y los tenientes coroneles NICOLÁS LEVALLE y FRANCISCO LEYRÍA, veteranos todos ellos de las guerras civiles, del Paraguay y de la lucha contra el aborigen, efectivos del batallón 2 de infantería y del regimiento 9 de caballería y aborígenes aliados del cacique pampa CATRIEL, pero antes de partir, debió sofocar sublevaciones aborígenes en las filas de CATRIEL y del teniente coronel LEYRÍA.

Para anticiparse a las fuerzas de CALFUCURÁ y cerrarles el paso hacia Salinas Grandes, el general RIVAS se dirigió hacia “Cabeza del Buey”, zona de aguadas que aprovecharían los invasores, donde los esperaría para batirlos. Por errores del baqueano, las fuerzas nacionales se perdieron en la inmensa campaña. Corregido el rumbo, marcharon hacia el fuerte San Carlos

Al alba del 8 de marzo de 1872, el general RIVAS llegó al fuerte San Carlos y allí se reunió con el coronel BOER y unos 1.800 hombres, la mayoría aborígenes aliados. Confirmado el rumbo de las fuerzas de CALFUCURÁ hacia Salinas Grandes, el general RIVAS decide marchar de inmediato para cerrarles el paso y darles batalla.

Organizó sus fuerzas disponiendo que los aborígenes de CATRIEL ocupen el ala derecha; al centro, el batallón 2 de infantería y el regimiento 9 de caballería, al mando del coronel OCAMPO; en el ala izquierda el coronel BOER, al mando de efectivos del batallón 5 de infantería, los aborígenes de COLIQUEO, los Guardias Nacionales de 9 de Julio, vecinos bonaerenses y el regimiento 5 de caballería y en la reserva, los Guardias Nacionales y otros aborígenes, al mando del teniente coronel LEYRÍA.

CALFUCURÁ contaba con 3500 aborígenes “de lanza”, entre mapuche-araucanos, ranqueles, pampas y salineros. Organizó tres formaciones principales de 1000 aborígenes cada una y una reserva de 500, que mandaban MANUEL NAMUNCURÁ (derecha), los caciques CATRICURÁ y PINCÉN (centro), el cacique RENQUECURÁ (izquierda) y el cacique MARIANO ROSAS (reserva). De sus 6.000 aborígenes, 2500 transportaban el ganado robado hacia Salinas Grandes y no contaban para el combate.

En la media mañana del 8 de marzo de 1872 comenzó el combate, en el paraje llamado Pichi Carhué, al norte de San Carlos. Las fuerzas del general RIVAS decidieron combatir a pie, y CALFUCURÁ ordenó a sus aborígenes dejar los caballos (una de sus fortalezas) para enfrentar a las fuerzas nacionales de igual a igual. Nuestras tropas hicieron fuego con carabina y fusil, pero la lucha se convirtió en encarnizado entrevero, un choque cuerpo a cuerpo, a bayoneta, lanza, sable y boleadora. Según el general RIVAS, “trabóse el más reñido y sangriento combate, sin ejemplo en estas guerras”.

Las fuerzas de MANUEL NAMUNCURÁ arrebataron los caballos al sector del coronel BOER, que luego pudo ser auxiliado por la reserva del teniente coronel LEYRÍA. Reorganizado y formando cuadro, recibió apoyo del batallón 5 de infantería y rechazó las cargas enemigas. La lucha cuerpo a cuerpo se renovó con ferocidad, sin definir la situación.

Los aborígenes de CATRIEL retrocedieron, pero el cacique los arengó con energía y solicitó al general RIVAS su escolta para fusilar a quienes eludían combatir. Reorganizadas sus fuerzas, cargó y rechazó al enemigo, pero sin resultado decisivo. En sus cargas, los aborígenes de CALFUCURÁ se estrellaron contra los sólidos cuadros formados por las tropas nacionales: varios resultaron ensartados por las bayonetas, o volteados por culatazos y sablazos de nuestros soldados.

CALFUCURÁ resistió sucesivas cargas de las fuerzas nacionales para dar tiempo a sus aborígenes a arrear el ganado saqueado hacia Salinas Grandes. Los constantes esfuerzos para cargar y contraatacar prolongaban la incertidumbre de la lucha. Para definir el combate, el general RIVAS formó un fuerte bloque para quebrar la resistencia enemiga y, bajo su mando personal, ordenó una carga tan vigorosa y violenta, que rompió, desarticuló y derrumbó la formación enemiga, logrando finalmente la victoria. Los guerreros de CALFUCURÁ se retiraron desordenados y divididos.

Las victoriosas fuerzas del general RIVAS persiguieron a las hordas de CALFUCURÁ para completar su derrota y arrebatarle el ganado robado, pero regresaron por el cansancio de los caballos, la falta de agua, el calor, las nubes de polvo y la falta de baqueanos.

Al caer la tarde, el combate había finalizado. Se recuperó gran número de vacunos (70.000/ 80.000), caballos (15.000/ 16.000) y ovejas. Fueron liberadas 74 personas cautivas. El enemigo tuvo más de 200 muertos y varios heridos; las tropas nacionales, 34 muertos y 16 heridos. Según el general RIVAS, “la mortandad de los indios enemigos ha sido tan espantosa, que desde muchos años hasta ahora no se había visto una igual”.

El general RIVAS destacó que el cacique Catriel, “en ningún momento desmintió su valor indomable, ni la fibra que caracteriza a la raza indígena, para darme una prueba de su firmeza, pidió una escolta para fusilar a individuos que dieran espalda al enemigo”.

Para el general RIVAS, el triunfo en San Carlos fue “el más espléndido de cuantos hasta hoy se han conseguido sobre estos crueles enemigos, con el cual se ha quebrado por primera vez, y acaso para siempre, el poder salvaje de CALFUCURÁ que por tan dilatados años ha sido el azote devastador de nuestras fronteras”; para EDUARDO GUTIÉRREZ, fue “la más reñida batalla en la guerra de los indios de la que se tenga memoria”.

La victoria de San Carlos inició la declinación del poder de CALFUCURÁ y de sus devastadoras incursiones. Su prestigio de a poco se apagó, y sus posteriores acciones no tuvieron la fuerza arrolladora de otras épocas. El 4 de junio de 1873 CALFUCURÁ falleció en Chilihué. En su testamento advirtió: “No entregar Carhué al huinca”. Su hijo MANUEL NAMUNCURÁ (padre de Ceferino), asumió la conducción de la Confederación de Salinas Grandes, que no recuperará la fuerza de su ilustre antecesor.

La victoria de las armas nacionales en San Carlos también abrió el camino para nuevos proyectos del gobierno nacional para las fronteras y la lucha contra el aborigen (como la “Zanja de Alsina”), y creó las condiciones para la decisiva campaña sobre el Desierto pampeano-patagónico del general Julio A. Roca a partir de 1879.

En San Carlos de Bolívar, dos murales en la terminal de ómnibus y el nombre de una avenida, recuerdan la figura histórica de JUAN “PIEDRA AZUL” CALFUCURÁ y distintas calles de la ciudad, recuerdan con sus nombres al general IGNACIO RIVAS, a sus valientes subordinados del Ejército Nacional y a sus fieles caciques y aborígenes aliados.

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